Pequeñas grandes cosas que pasan en la calle

En la vorágine del tiempo la tiranía persiste. La sociedad alienada, la velocidad deshumanizadora. Pero entre la desesperanza, surgen héroes anónimos, sembrando esperanza y recordándonos que otro mundo es posible

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El número de pósits de la obra “Subway Therapy”, de Matthew Chavez, crece día a día. Fotografía de archivo.
El número de pósits de la obra “Subway Therapy”, de Matthew Chavez, crece día a día. Fotografía de archivo.

La tiranía del reloj. ¿Acaso Cortázar era consciente en 1962 de que evidenciaba los efectos secundarios de la Revolución Industrial? “No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj”, escribía con pulso el escritor surrealista. Y su corazonada se metamorfoseó progresivamente en un territorio yermo, de sentimientos baldíos. “Recuerda que el tiempo es dinero”, reza la máxima rubricada por Franklin en su obra de 1748 “Consejos a un joven comerciante”.

Hoy, el capital maquina en pro de la aristocratización residencial, que implica el desalojo de la población original de un barrio popular por parte de la elite económica; “caminantes” conectados a celulares de nueva generación que proyectan al mundo —sin alzar la cabeza— una vida aparente, sin problemas. La atomización merma la capacidad de influencia de la masa crítica en los procesos políticos, destruyendo el brotar de cualquier pensamiento alternativo.

Las calles han dejado de ser aquellos espacios de interacción social del pasado para convertirse en vías de alta velocidad. En éste nuestro sistema estajanovista no hay lugar para la pausa necesaria, cada día tenemos menos tiempo de recreo; porque también el ocio se ha monetizado, el deleite del paseo y la observación ya no es posible para la clase obrera, “Amarás al Patrón sobre todas las cosas”. Entretanto, clama Gógol en su relato corto “La perspectiva Nevski”: —¡Oh, todopoderosa perspectiva Nevski! ¡Única distracción del humilde en su paseo por San Petersburgo!

Somos sujetos programados para la producción y el consumo en un ecosistema zombificado; la lobotomía como “solución final” ante cualquier tentativa de sublevación. Aun así, hay quien revisita con cierta nostalgia el histórico relato fílmico de Serguéi M. Eisenstein “El acorazado Potemkin” (1925). Mientras haya vida, hay esperanza…

Y aunque últimamente se estile hacerse el pasmado —véase el fenómeno nacido en internet del reto del maniquí—, el devenir de la vida no tiene porque desembocar siempre en la desesperanza; porque en ocasiones, en las arterias de la urbe surgen valientes que con sus acciones nos alegran el corazón. Entre ellos, y a modo de ejemplo, tres: el joven nacido en Exeter Joshua Coombes, peluquero de las personas sin hogar de Londres y discípulo meritorio del neoyorquino Mark Bustos; el mendigo filósofo Jean-Pierre Ady Fenyo, conocido en todo el mundo como el hombre que ofrece consejos gratis; y el artista Matthew Chavez, autor del proyecto Subway Therapy localizado en la estación de metro de Union Square, en el que miles de ciudadanos estampan a diario sus sentimientos en pósits de colores.

«Haz algo sin esperar nada a cambio… Cocina por nada, enseña por nada, llévale comida a quien lo necesita o una taza de café caliente. Sal a la calle y pasa a la acción. Si quieres cambiar el mundo, empieza cambiando algo a la vuelta de la esquina». Qué edificante reflexión la del libertino Coombes. A estos tres indómitos altruistas, y a los otros miles que se resisten a sucumbir al poder establecido ¡gracias por vuestra actitud ejemplar!, porque con vosotros ¡otro Mundo es posible!

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