Y al final, he construido mi propia fortaleza

A mis 53 años, nunca he jugado al fútbol, pero no me arrepiento. Mi pasión está en la creatividad y el arte, que me llenan más que el deporte. Acepto mi camino con gratitud y disfruto de las pequeñas cosas, como el ronroneo de mi gato. Gracias por estar ahí, en este viaje que es la vida, la cual nos ha tocado en suerte
14 de abril de 2016
Retrato de Javier Velasco (detalle). Fotografía: Alfredo J. Llorens.
Retrato de Javier Velasco (detalle). Fotografía: Alfredo J. Llorens.

Cincuenta y tres años ya, y no me da vergüenza decirlo: nunca he jugado al fútbol, ni siquiera cuando era pequeño. No es que yo no mostrara interés por el juego o el deporte, sino que, por alguna razón que se me escapa, jamás se me dejó siquiera intentarlo. Por lo tanto, no sé si podría haber sido bueno o malo, ni si habría tenido consecuencias en mi vida actual. Me da igual, la verdad, pero no pocas veces me asalta la idea de que me estoy perdiendo algo. Esto ha sido, es y será una constante inquietud en mi vida, aplicada a casi todas esas cosas que mueven grandes pasiones y que yo no llego ni a descodificar mínimamente.

A estas alturas de mi vida no voy a empezar a aprender a chutar el balón ni a estudiar reglas de juegos, ¡sólo me faltaba! Pero esta reflexión me lleva a pensar en cuántas cosas me estaré perdiendo y cuántos renglones dejaré sin escribir por no haberme iniciado, en su momento, en materias que hoy desconozco y que nadie me invitó a conocer. Insatisfacción no, pero dudosa curiosidad sí, con toda certeza.

Desde muy joven, mis máximas diversiones han estado todas relacionadas con la imaginación, la creación y el disfrute de la contemplación ensimismada de todo lo relacionado con el arte. Esto me hace una persona sin aficiones o pasatiempos, ya que, en todo momento, mi hiperbólica hiperactividad me ha convertido en un síndrome inquieto por naturaleza que acaba confundiendo el juego del arte con todo. Quiero imaginar que, a estas alturas del cuento, todos sabéis que el arte es un maravilloso juego. En el fondo, debe de ser que soy un simple; o peor aún, que prefiero juegos donde sólo compito conmigo mismo para evitar confrontaciones inútiles.

Con el paso del tiempo, he aprendido algunas cosas importantes, y entre ellas está el no arrepentirme de lo que me ha tocado en suerte, sea bueno o malo. Se acepta, se asume y se sigue adelante. Eso sí, con la conciencia, cada día que pasa, un poco más lúcida, y con ese conocimiento del medio (empleando la pedante expresión, hoy tan en boga), que sirve para ver a leguas de distancia quiénes son los corderos y quiénes las abuelitas con mala baba.

Por suerte, cada vez tengo menos pudor y reparos en eliminar a golpe de teclado a aquellos elementos tóxicos que, erre que erre, la vida va cruzando en el camino. Pero la madurez está para eso: para borrarlos y al carajo, sin mala conciencia alguna. Al fin y al cabo, tan sólo se les relega al lugar de donde nunca debieron salir: el maravilloso limbo de la agenda.

Creo que sí (bueno, no lo creo, lo sé): soy un privilegiado. He construido mi propio reino, y de aquí no me muevo porque soy feliz. Es más fácil otear con delicada distancia los horizontes lejanos, cercanos o inventados, que adentrarse en ilusorios paraísos pantanosos poblados de monstruos chupacabras que trepan, atacan y emponzoñan con tal de ostentar poderes que desaparecerán (tarde o temprano), como el verde de los campos, sin que ellos, pobres ilusos vanidosos, puedan hacer nada por evitarlo.

Yo seguiré con mis fantasías, mis ilusiones y trabajando en ampliar todo lo que he ido construyendo hasta hoy. Quiero días más largos y jugar. Jugar todo el rato a mis juegos, los que me divierten y me ayudan a comprenderme, conocerme y entender el universo que me rodea.

Gracias, amigos, por vuestras felicitaciones y por dibujar conmigo la vida (durante estos 53 años que cumplo) y permitirme utilizar la goma de borrar de vez en cuando. Se os quiere.

Posdata uno: Mi gato ahora está sobre mi barriga haciendo lo que mejor sabe hacer: emitir un largo ronroneo mientras, con su zarpa escondida, me acaricia la cara. Si esto no es amor, no quiero saber lo que será el odio.

Posdata dos: Ah, y que nadie se equivoque, no tengo nada personal contra el fútbol. Sé que los jugadores son capaces de levantar muchas pasiones y, en ocasiones, otras cosas más inconfesables. ¡Me lo estoy perdiendo! Lo dejaremos para otra vida.

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