
Cuando aún no existía la versión seriada producida por HBO hay quien no entendía porqué los lectores de la saga literaria de fantasía medieval “Canción de hielo y fuego” estábamos tan preocupados por la salud de su autor. Los lectores somos seres egoístas y ver a George R. R. Martin (Nueva Jersey, 1948) con un aspecto poco saludable y de comilona en comilona nos inquietaba. ¿Y si no acaba los libros? Quienes no los leyeron pero comenzaron a ver la adaptación televisiva hoy comienzan a tener la misma inquietud.
“Juego de Tronos” es la permanente duda de salir de esa zona de confort en la que sabes que al bueno no lo pueden matar. “Juego de Tronos” es William Shakespeare revisado, es traición y ambición, pero por encima de todo es la serie de toda la historia catódica donde la mujer cobra mayor relevancia.
La última temporada hasta la fecha —la primera sin libros de referencia— tiene dos episodios técnicamente perfectos, sobre todo “El tiempo de las mujeres”: Sansa y Arya Stark, Cersei Lannister o Daenerys Targaryen han acabado como las auténticas dominadoras en este lado del muro. Al otro lado, los caminantes blancos.