
El fotógrafo y pintor sueco Christer Strömholm —también conocido como Christer Christian— desarrolló un lenguaje visual cercano al existencialismo en el que la insinuación es fundamental, ya que revela el silencio transformando el mundo en una superficie plana capaz de generar emociones en el espectador y reafirmar la certeza de su creador en dos acciones: curiosidad y provocación.
Sus propias obsesiones y búsquedas se manifiestan en una obra de fuerte carácter expresionista, plagada de ambientes oscuros, escondidos, rodeados de objetos abandonados, rotos; entre prostitutas y transexuales, y cuyo resultado es uno de los más bellos homenajes a la esencia de la sensibilidad jamás vistos. Una obra en la que conviven lo prohibido y lo sórdido, y a través de la que el autor muestra un interés especial por la mujer y su existencia: mujeres que miran a la cara de forma desafiante, solas o acompañadas, siempre en momentos en los que las puede imaginar construyendo su destino con más o menos fortuna.
Christer Strömholm registró con su cámara desde la sonrisa y la seriedad de los niños posando hasta los niños ciegos y muertos rodeados de madera a punto de ser quemados. Su fotografía refleja temas con tristeza, la muerte o la prostitución, alejándose de la estética social y proyectando sobre el sufrimiento de los desheredados una mirada llena de humanidad.
Su trabajo fue determinante en el mundo nórdico y en la formación de una nueva generación de artistas como Anders Petersen, Tuija Lindström y Kent Klich, participando de forma directa en la eclosión de la fotografía como una forma artística independiente en Europa.