Conversaciones: Umbral y Eduardo Martínez Rico

Eduardo Martínez Rico, apasionado de la obra de Francisco Umbral, comparte su perspectiva sobre la literatura y los desafíos que deben afrontar los escritores, reflexionando sobre su propio desarrollo como autor

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En la imagen, el escritor madrileño Eduardo Martínez Rico. Fotografía: Jeosm.

Eduardo Martínez Rico es, casi con total seguridad, uno de los escritores que más y mejor ha sabido desentrañar la figura de Francisco Umbral, al que conoció en vida, y con el que mantuvo numerosos encuentros, llevado, impulsado, por esa atracción lírica que salpicaba el vallisoletano, y que fue perdición de no pocos aspirantes a autores y señoritas de Serrano.

En esta ocasión, y a propósito de la reedición de uno de los libros de conversaciones que tiene con Umbral, “Las verdades de un mentiroso ilustre” (Imágica Ediciones, 2017), hablo con Eduardo sobre la que fue su experiencia con el coloso, escudándome en el libro.

—Martín Parra: ¿Cuál fue la primera impresión que tuviste al conocer a Umbral, en lo referente al físico?
—Eduardo Martínez Rico: Mi primera impresión fue que era muy alto, un gigante, aunque los dos medíamos lo mismo aproximadamente. Cuando fui a entrevistarlo por primera vez él se levantó de la mesa camilla para saludarme, para darme la mano; ahí fue cuando me pareció muy alto, altísimo. Esa es la verdad. Supongo que estaba condicionado por mi admiración, por la opinión que tenía de él como escritor.

—M.P.: Tú por entonces eras todavía un chaval. ¿Qué conflicto reviste hoy la literatura, para ti, en comparación a como la pensabas entonces?
—E.M.R.: El conflicto que le veo hoy es el económico, porque es muy difícil ganarse la vida escribiendo (escribiendo literatura), y por otra parte que yo tengo el oficio y la consideración de escritor muy mitificada, muy elevada, y esto es algo que comparto, creo yo, con muchos otros escritores. Ser escritor nos parece lo más importante del mundo, digamos, lo mejor, y por eso nos parece una condición casi inalcanzable. Al final son los demás los que te llaman escritor, como me dijo una vez Vázquez-Figueroa. Lo que hay que hacer es disfrutar mucho escribiendo y hacerlo lo mejor posible.

—M.P.: ¿Te recibió bien Umbral? ¿Cómo entraste en contacto con él?
—E.M.R.: Entré en contacto con él gracias a la recomendación del catedrático de Literatura y escritor Antonio Prieto. No es que me recibiera mal, pero me dijo muchas veces, al llamarle yo por teléfono para pedirle una entrevista: “Llama la semana que viene”. Llamé varias semanas, no recuerdo cuántas, hasta que me recibió. Debió de comprobar que me interesaba de verdad.

—M.P.: Me da en la nariz que Umbral no llegó a salir de la adolescencia/primera adultez. ¿Qué vivía Umbral a través de ti?
—E.M.R.: Yo creo que le interesaba mucho a Umbral por todo lo que había leído, por lo que sabía de literatura, y por la vocación literaria, ciega, digamos, que sentía. En ese sentido se debía de ver un poco él en mí. Él valoraba mucho a los que sabían de literatura, porque prácticamente su vida y su ser eran literatura, y yo le demostré muchas veces que sabía de literatura —he de decir para que esto no parezca muy soberbio que hay otras muchas cosas de las que no sé, o no sé tanto—. También valoraba mucho de mí que conocía muy bien su obra, una obra muy extensa; para él eso era fundamental. Yo creo que al final eso es lo que hizo que me dedicara tanto tiempo, tanta atención.

—M.P.: ¿En algún momento tuviste la idea de que podría aprovecharse de tus manos, tu quehacer, para seguir haciendo biografía?
—E.M.R.: Él era muy listo y sabía muy bien lo que hacía, lo que le convenía, pero no, en absoluto, nunca tuve esa sensación. A mí me convenía mucho trabajar en él, hacer mi tesis —recién publicada, por cierto, ahora— y mis libros sobre él. Yo estaba empezando y gracias a él publiqué mis primeros libros. Esto no lo olvidaré nunca y le estoy muy agradecido. Por otro lado, sí es cierto que creo que yo también le di mucho a él, en cierto modo, como escritor y como experto en su obra, pero de ningún modo tuve la sensación de que se aprovechaba de mí.

—M.P.: ¿Podría ser que tú vieras en él al coloso y él en ti un último amarre de lozanía, y por eso las conversaciones se sostenían en un mismo plano? ¿Marcaba el rol de cada uno: tú el escribano y él un descendido del Parnaso?
—E.M.R.: Por supuesto que yo veía en él al coloso, como dices, pero él no me trataba a mí como un escribano o un amanuense, sino más bien como un joven escritor al que podía enseñar, al que estaba dispuesto a enseñar, y mientras lo hacía nacieron hermosos frutos: dos libros de conversaciones, una tesis doctoral, muchas entrevistas y artículos. Una relación literaria realmente fructífera.

—M.P.: ¿Era soberbio o tenía esa impostura porque era el único modo de enfrentarse a la vida y a las cosas, en una dimensión agónica como era la literaria de entonces?
—E.M.R.: Yo pillé a Umbral en un momento muy álgido, justo cuando recibió el Premio Cervantes. Mi primer libro de conversaciones lo hicimos antes del Cervantes y el segundo después. Umbral era muy consciente de su valía y de su posición profesional, también de su posición social. Aparte de que era un columnista extraordinariamente bien pagado. En ese sentido es normal cierta soberbia o chulería, por decirlo de algún modo. Él sabía quién era, en lo bueno y también en lo malo.

—M.P.: Tú debiste aprender mucho, tanto en la elaboración de tu tesis como en los posteriores libros de conversaciones. ¿Exigía Umbral la lectura de los capítulos, etcétera?
—E.M.R.: Umbral no me censuró nunca nada. Yo le enseñaba lo que iba escribiendo y él lo miraba, con mayor o menor profundidad, haciéndome algunos comentarios, dándome ideas. Esto con los libros de conversaciones, en el caso de la tesis no me decía nada, ni yo le comentaba nada, aunque luego utilicé el primer libro de conversaciones para citarlo en la tesis.

—M.P.: ¿Dónde se desarrollaban vuestros encuentros?
—E.M.R.: En muchos sitios, ahora que lo pienso: en su casa muy a menudo, pero también en la mía, o en el Vips de Majadahonda; alguna vez quedamos en el Palace, en Madrid, y una vez visitamos el MNCARS y grabamos allí la conversación.

—M.P.: No sé si puede tratarse de una pregunta incómoda, pero en “Las verdades de un mentiroso ilustre” hay un pasaje en el que hablas de la estricta dieta que seguía Umbral, por aquello (parece ser que él no ocultaba las motivaciones) de que gordo no se liga. ¿Podría haber algo más detrás de esta exigencia alimentaria, alguna otra práctica secreta?
—E.M.R.: No lo sé. Yo creo que él se cuidaba mucho, efectivamente, porque era muy presumido y, efectivamente, le gustaba llamar la atención de las mujeres, resultar atractivo, aunque cuando yo lo traté ya era un hombre mayor. Aparte de su dandismo, estético, pero también físico y de indumentaria.

—M.P.: En sus inicios en Madrid, recorría redacciones de periódicos y revistas, poco menos que mendigando las colaboraciones. Él mismo dice de que frente a los directores de estos medios era como una balsa de agua. ¿Había una táctica detrás de estas actitudes, por cuanto rompen con la manera en que él se muestra a la vida literaria posteriormente? ¿Actuaba así por necesidad? ¿Era, el malditismo suyo de luego, impostado? ¿Era el verdadero Umbral el mozalbete de provincias, tímido y solícito?
—E.M.R.: A Umbral le fue muy bien en León, en la radio, con su primo José Luis, pero tuvo que abandonar la ciudad expulsado por el alcalde, y en Madrid lo debió de tener difícil al principio. A mí me ha contado María España, su viuda, que tuvo que trabajar de institutriz para salir adelante, pero que aquella época no duró mucho porque Umbral encontró trabajo. Hay que decir que Umbral era un hombre muy trabajador, aparte de muy inteligente.

—M.P.: Bien sabes, Eduardo, que yo soy y seré siempre umbraliano, aun con mis rechazos, retornos, etcétera. ¿Qué tiene Umbral en su haber? ¿Insistencia? ¿Determinación por un oficio?
—E.M.R.: Tiene muchas cosas, también insistencia y determinación, efectivamente. Para él la insistencia era fundamental: “hasta el genio es cuestión de insistencia”, decía. Fue un hombre que desde niño se construyó una gran cultura literaria, que con el tiempo fue perfeccionando más y más. Por si esto fuera poco le gustaba escribir, le divertía mucho. Yo creo que un hombre que ha leído tanto y que le divierte escribir no puede dar sino un gran escritor, antes o después.

—M.P.: La muerte de su hijo Pincho, magistralmente narrada en “Mortal y rosa” (1975), fue como una constatación de tragedias, a partir de la cual ya no habría Umbral humano. ¿Se cumplía en él ese recorrido de malditismo contra el que tanto había luchado?
—E.M.R.: No creas, a Umbral le hubiera gustado ser un escritor maldito, porque admiraba mucho a los escritores malditos. A mí me dijo en una ocasión que él podría haberlo sido, pero como triunfó, como tuvo éxito, ya no pudo serlo. Umbral es pura contradicción, y él lo reconocía: era y no era un escritor burgués, y todo lo contrario; también era, como le dije en una ocasión y a él le gustó, “un macarra ilustrado”; por una parte tenía algo del gamberro que debió de ser en cierta etapa de su vida, y mucho del hombre cultísimo en que se convirtió, y por lo tanto refinado.

—M.P.: ¿Quién fue el padre de Umbral? ¿Tenías libertad, en vuestros encuentros, para abordar los temas que quisieras?
—E.M.R.: El padre de Umbral fue el padre del poeta Leopoldo de Luis. Es curioso cómo la familia de Umbral, por esa rama, es una familia de poetas, pues Jorge Urrutia, hijo de Leopoldo de Luis y sobrino de Umbral, también es poeta. Al padre de Umbral también le gustaba escribir, aunque por lo que parece más como aficionado. Sí, sí que tenía libertad para abordar los temas que yo quería, pero en cuanto me daba cuenta de que no le gustaban cambiaba de tema. Yo quería terminar mi libro, y más de una vez tuve que cambiar de rumbo en la conversación. Una de esas veces, por cierto, fue cuando le pregunté por su padre en mi primer libro de conversaciones, en “Umbral: vida, obra y pecados”.

—M.P.: Yo le veía tentado, en verdad, de una vida convencional: mujer, hijos, un sillón en la Academia…, que es lo que se le conjeturaba a un hombre de éxito, reconocido, entonces.
—E.M.R.: Le faltó la Academia, pero es muy lógico que no le nombraran académico. Umbral había atacado a mucha gente durante muchos años, y a muchos escritores. Además, yo creo que era demasiado heterodoxo para la Academia. Y digo todo esto sin ningún desdoro para la Academia: creo que se explica bien que no hicieran académico a Umbral, aunque sobre el papel, digamos, como escritor, sin otras consideraciones fuera de lo literario, lo mereciera tanto. Pero creo que el Premio Cervantes vino a llenar ese hueco, y él quedó muy satisfecho.

—M.P.: ¿Cuánto de Cela había en Umbral? ¿Existía esa envidia secreta entre ellos o al menos de Umbral con respecto al Nobel?
—E.M.R.: Nunca se me ha ocurrido pensar que Umbral le tenía envidia a Cela, aunque es verdad que Cela poseía el Nobel y Umbral estaba seguro —pienso yo— de que no lo alcanzaría nunca. Cela fue para él como un padre literario, y creo que se portó mucho mejor Cela con Umbral que Umbral con Cela, por lo menos con su recuerdo. Su libro “Cela: un cadáver exquisito” me parece muy interesante y valioso, pero creo que podría haber sido más respetuoso con la memoria de su maestro, un hombre que le había ayudado tanto en vida. Yo creo que incluso esto, Cela, que era un animal literario por encima de todo, lo habría comprendido y disculpado.

—M.P.: ¿Umbral llegó a renegar de Delibes, pese a haber sido ayudado por él en muchas ocasiones?
—E.M.R.: Renegar es una palabra muy dura, no creo que sea la adecuada, pero parece claro que hubo un momento en que Umbral, entre Cela y Delibes, eligió a Cela, y que tenía mucho más que ver con Cela que con Delibes, como persona y como escritor, en mi opinión. Me consta que Delibes quería mucho a Umbral, y que se portó muy bien con él, pero también creo que Cela quería a Umbral, o lo valoraba mucho, y también se portó extraordinariamente con él. Lo cierto es que los dos lo valoraban mucho.

—M.P.: ¿Crees que la figura de Umbral se disipará con los años? ¿Se le estudiará en libros de texto, como se nos da hoy (de masticada), por ejemplo, la Generación del 27 o similares?
—E.M.R.: Es difícil saber si Umbral quedará. Por ahora está quedando: se editan sus obras, muchos escritores y periodistas jóvenes lo tienen como referencia y maestro, es admirado por lectores de todo tipo y estudiado por profesores de muchos lugares. Quizá en estos momentos sea más estudiado que leído, pero eso pasa con muchos grandes escritores, y con los clásicos, por cierto.

—M.P.: ¿Qué tiene Eduardo Martínez Rico de Francisco Umbral? ¿Notas como un ligero orgullo o excepción por haber sido la última persona en trabajar de esta manera con él?
—E.M.R.: Humanamente creo que tengo muy poco de Umbral. Literariamente comparto con él la pasión literaria, la vocación, el vivir en literatura, como escribí una vez de él, y si lo pienso muchas más cosas, pero siempre en lo literario, en lo artístico. Como personas creo que no nos parecemos en casi nada. De lo que estoy muy satisfecho, contestando a tu segunda pregunta, es de haber escrito esos tres libros, y tantas entrevistas y artículos sobre él, realizando, creo yo, una gran aportación al umbralismo y a los estudiosos y aficionados a la literatura. Pero yo siempre quise ser escritor y siempre supe que tenía que escribir muchos otros libros, y eso es lo que he hecho en todos estos años, y lo que voy a seguir haciendo si tengo salud y vida.

—M.P.: ¿Eres un autor dominical o una persona cerciorada de su oficio?
—E.M.R.: Escribo todos los días, gozosamente, disciplinadamente. La escritura está en mi vida como el aceite en la máquina, forma parte de mi día a día, de mi ser. Soy escritor porque soy de una determinada manera, y no al revés. Creo que soy escritor porque para mí es una forma de expresar cómo soy, una forma de ser y de estar en el mundo, de relacionarme con él, algo maravilloso, pero creo que lo importante, al final, es cómo son las personas, sus cualidades, no lo que hacen. Y al fin y al cabo yo hago muchas más cosas que escribir. Es cierto, sin embargo, que para mí escribir es algo más que una actividad profesional, es una actividad intelectual, espiritual y propia, también, de la sensibilidad.

—M.P.: Eduardo, ¿en qué estás trabajando actualmente?
—E.M.R.: Escribo artículos, tengo una novela histórica a medias y en estos momentos escribo un diario, un libro que me llena y que otorga un guion y una coherencia a mis días, reconciliándome con el mundo y conmigo mismo. Escribir un libro que te llena, para mí, es una forma segura de felicidad, algo que vence todos los sinsabores, obstáculos y durezas de la vida.

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