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El miedo como moneda de cambio

Quizás, deberíamos desafiar la manipulación y la opresión, buscando nuestra autodeterminación en esta sociedad injusta. A quienes anhelan la libertad y por ello deciden enfrentarse al yugo estatal y mediático
18 de julio de 2017
Ciudadanos turcos en la calle frenando tanques durante el ataque golpista. Fotografía: Reuters.
Ciudadanos turcos en la calle frenando tanques durante el ataque golpista. Fotografía: Reuters.

“Me da pena que se admire el valor en la batalla”, rezaba escrito en la guitarra de Fito Cabrales de su gira de 2007 “2 son multitud”. Dar pena, compasión… vocablos tristemente corrompidos por el arribismo léxico, tan de moda. No me gusta la corrección política que defiende Cercas, mejor, Marías (Javier y otras)… “Californication”.

Así es en esta sociedad, en guerra permanente contra sí misma. Sometida por un sistema hiperlegal y, ¿paradójicamente? superlativamente injusto. Una sociedad subyugada que está perdiendo las libertades de forma progresiva bajo la manipulación permanente de los medios de comunicación de masas, que siembran el miedo como moneda de cambio. ¿Abajo las fronteras, tabúes y leyes? Pues claro, eso es en gran medida lo que hace falta. Menos mal que hay gente normal: borrachos, porretas, meretrices, etcétera. Guardianes de los valores animales que nos marcan a fuego, y a mucha honra. Aristóteles decía que «el ser humano es un animal racional»; es decir, nos sustantiva el término animal, o lo que es lo mismo, esa es nuestra esencia, guardada como un credo por, entre otros, dichos rebeldes sociales. Aquello de exacerbar lo racional tiene ese problema, nos aleja de nuestra esencia. ¡Ah! y claro, animal no es sinónimo de bestia (“Animalario”, de Luis Eduardo Aute).

Recuerdo una clase de Ética, en Bachillerato, en la que el profesor proponía a debate —entre sus escasos alumnos— el detestable sistema eugenésico filonazi que se sufrió en Suecia hasta finales de los años 70 del siglo pasado. Mediante este, se impedía la reproducción a los individuos que ocuparan algunos de los grupos (o similares) citados en el párrafo anterior. El profesor loco (y guay) que teníamos nos planteaba que los mayores genios del arte y la creación en general procedían de estos circuitos familiares desestructurados. Comprendí entonces que los seres humanos están muy por encima de los partidos políticos y de la historia oficial. Desde entonces, me la sudó bastante ese binomio. Comprendí, en fin, que el opresor primordial de los ciudadanos es el Estado, solidificado on the rocks en la burocracia, que roza frecuentemente el terrorismo administrativo, oprimiendo a la ciudadanía pensando que somos gilipollas. Burocracia versus democracia.

Es hora de derribar fronteras, crear una Europa, un mundo de los individuos y como proyección natural de los pueblos. No me interesan los grandes Estados de chupadores al ritmo de las multinacionales y los grupos de presión, sino el exonacionalismo sin fronteras y con pocas leyes (algo así, en la línea de lo que se escucha —racionalmente tamizado, claro— en los reportaje de Callejeros: «Yo ni robé ni maté…»), no un Estado represor del individuo (“Hoy empieza todo”, ¡qué peliculón!) desde la discrecionalidad y el clientelismo político.

Pienso que se puede cambiar este sistema capitalista-estatal intervencionista por uno anarquista basado en la Declaración de los Derechos Humanos y la Autodeterminación de los Pueblos y, sobre todo, de los individuos. Rima y símil (en viceversa) versus los androides de “Blade Runner”.

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