
Las patologías de la Era tecnológica han alterado la sociología del ser, sus usos y costumbres. El homo faber habita hoy la virtualidad, su mundo se ha transformado en un nudo gordiano de disfuncionalidad donde los recuerdos se disipan. El yo frente al opus magnum del digitalismo: el drama de la transmutación del ser o cómo el sujeto se metamorfosea en homo spectator carente de emociones y motivación.
El titanismo tecnológico ha dejado en la memoria colectiva una impronta de desarraigo: la renuncia del pueblo a su propia identidad, ya no es necesario conocer de dónde vienes para saber a dónde vas… Porque en un universo de alta velocidad el futuro es hoy. Tempus fugit: o te adaptas o desapareces.
Pero en el caos, la pulsión última de vida del hombre freudiano reclama la necesidad atávica de la pausa y significa la magnitud de lo tradicional: ese conjunto de acciones y saberes que por su valor antropológico han de perdurar tejiendo en silencio el tiempo. Relatos, cantos, oraciones, leyendas, mitos y conjuros; la exploración de la memoria de los lugares, la narrativa oral, la reverberación en aquellos territorios donde la germinación de la forma estalla en un tremendo rugido de vitalidad que ocupa el abandono, lo orgánico persiste y se sobrepone al desastre. La sustancia inmóvil y eterna de una naturaleza latente que se abre paso, se adapta y evoluciona en los entornos menos favorables, recuperando los espacios ocupados por el hombre. Lo material sucumbe a la vida.
Se trata de la subsistencia en pasado continuo. Porque todo es el pasado. Porque vivimos en el pasado. Porque lo que entendemos como presente no es otra cosa que un tiempo pretérito.