
Joe Cocker cantaba “With a little help from my friends” —que después me enteraría que era de los Beatles— mientras en pantalla aparecían imágenes rodadas con una cámara Super 8 y una voz en off decía eso de “Hubo un tiempo en el que…” y veíamos a una familia americana con hermano mayor faltón, con canasta en el garaje e instituto con taquillas.
Todos queríamos ser Kevin Arnold y enamorarnos de una vecina como Winnie Cooper y besarla, sobre todo, besarla como el suertudo de Fred Savage la besaba tras consolarla por la muerte de su hermano en Vietnam. Y muchos años después nuestra casa de suburbios con canasta se convirtió en el barrio de San Genaro y Kevin se llamó Carlitos y “Cuéntame cómo pasó” nos recordó que también tuvimos un pasado, pero era en blanco y negro.
Los lunes por la tarde en La 2 de Televisión Española se producía el milagro de la felicidad absoluta en forma de series de televisión. Tras “Aquellos maravillosos años” empezaban “Los Simpson”, que eran otra familia de los suburbios, pero eran la antifamilia y nos reíamos con Bart, pero poco a poco el que fue haciéndose un hueco en nuestros corazones fue el padre de familia, el hombre que construyó el auténtico referente moral de una generación, el singular Homer Simpson. Mirándolo en perspectiva, que Homer sea un referente moral explica muchas cosas.