Spencer Tunick nos descubre en su obra los secretos de la verdad desnuda: fotos al natural, contrastes de luces y sombras, el cuerpo enfrentado al frío asfalto, un organismo vivo conformando un paisaje, la relación entre el anonimato del ser humano y el espacio público. Para el artista neoyorquino el interés por la fotografía viene de la infancia: su padre se dedicaba a retratar a turistas en los hoteles y playas, imágenes que luego vendía.
Su insolente propuesta, que armoniza los espacios abiertos deshumanizados por el crecimiento urbano rompiendo el equilibrio de la sociedad actual, es estética y emocionalmente chocante, y está lejos de poder ser considerada pornográfica, ni tan siquiera erótica. Entre sus fotos se pueden diferenciar dos tipos: aquellas donde los cuerpos se mezclan visualmente para convertirse en una forma indefinida y otras que nos recuerdan instantáneas de catástrofes de la historia, desde guerras y genocidios étnicos hasta suicidios masivos. Spencer Tunick crea sus esculturas humanas retratando a cientos de colaboradores desnudos; personas anónimas situadas en emplazamientos estratégicos organizados geométricamente y que dan lugar a construcciones abstractas en un intenso contraste con el medio.
El fotógrafo contacta con sus colaboradores a través de internet o repartiendo folletos por las calles. Al principio, muchos de ellos se imaginan que van a ver cuerpos desnudos, pero al final se van abrumados sin recordar haber observado un pecho o un pene.
Su primera obra, realizada en 1994, tuvo por escenario el edificio de las Naciones Unidas, frente al que envolvió en plástico a 28 amigos desnudos, en una representación simbólica de la Asamblea General de la institución. Tras sus comienzos, emprendió la gira “Naked States”, en la que tomó una instantánea en cada uno de los cincuenta estados de la Unión. Posteriormente, inició “Naked Pavement”; el mismo planteamiento pero en distintos países como el Reino Unido, Austria, Italia, Israel o Canadá.
Su trayectoria ha estado siempre salpicada por la polémica: además de haber sido arrestado en varias ocasiones por ofensas a la moral pública, el artista tuvo que llegar hasta lo más alto de la Justicia estadounidense para que le permitieran fotografiar a cien personas bajo un puente de Nueva York. La Corte Suprema determinó que el trabajo podía considerarse como expresión personal del fotógrafo y que, por lo tanto, su libertad estaba garantizada por la Constitución. Aun así, la Justicia fijó ciertas normas: las tomas no podrían durar más de 30 minutos y debían hacerse al amanecer.
Con los años, sus convocatorias se han convertido en una declaración de tolerancia, pluralismo y respeto. En su instalación “Inversión”, 20 voluntarios fueron fotografiados en San Miguel de Allende (México), en una especie de acto reivindicativo contra Donald Trump.
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