Se avecinan cambios de horarios relevantes en nuestro país. Aún es pronto para fijar posiciones y acuerdos pero la comisión que estudia la racionalización de horarios lleva un buen tiempo debatiendo qué es lo que conviene cambiar para acercarnos a Europa y para que no haya tantas grandes diferencias en la vida cotidiana de un vecino del norte de Noruega y un habitante del sur de Andalucía.
No se trata tan sólo de un acercamiento en los husos horarios, aunque también se podría aprovechar para ello. Parece que el objetivo fundamental es la conciliación de la vida laboral y la familiar. Y esta es prácticamente imposible con los métodos tan estrictos de permanencia en el puesto de trabajo con que nos dotamos en nuestra nación. La funesta manía de permanecer en el lugar de empleo más horas de las normales, aunque la carga de trabajo ya se haya acabado es uno de nuestros defectos capitales en la relación laboral de este país. Entre la histeria de nuestros empleadores, que se cagan de miedo si se encuentran con la responsabilidad de tener que tomar una decisión sin que su persona de confianza esté en el ajo, a pesar de que presumen de mandar la ostia, y la neurosis de muchos empleados que no quieren irse de la oficina hasta que no apague la luz el jefe, no vaya a ser que se encuentren sin silla a la mañana siguiente, poder estar el tiempo suficiente con los hijos en España es casi una odisea.
No me pregunten cuál es mi solución para la conciliación laboral en España porque no la tengo y no se me ocurren muchas ideas, ya que hay horarios para todos los gustos y turnos de una u otra manera, pero me imagino que nuestros expertos en la materia tendrán ideas suficientemente prácticas para salir del apuro.
A mí lo de acabar el trabajo a las seis de la tarde me parece una magnífica idea. Pero encuentro asimismo ciertas inconveniencias derivadas de tener que currar en verano a las tres de la tarde con un solazo espectacular. Y aquí me parece que la conciliación no duerme la siesta. No es lo mismo subirse a un andamio, en pleno agosto, en el bonito pueblo noruego de Bergen que hacer lo propio en Écija, a la que sus propios habitantes llaman la sartén de Andalucía.
Luego está la compaginación de horarios respecto al ocio nocturno. Son muchos los españoles que protestan porque el prime time de la televisión acaba a horas intempestivas y son muchos los que tienen que pulsar el botón de apagado del mando a distancia cuando está a punto de suceder algo importante. Es verdad que desde hace unos días, Antena 3 ha reducido el tiempo de sus series en veinte minutos, pasando de setenta a cincuenta, quizá para buscar una solución satisfactoria a las demandas de los televidentes. Pero en este ámbito, hay aún mucho camino por recorrer.
Asimismo, nos hallamos con las dificultades de los bares para seguir abiertos a la hora en la que el cliente habitual tiene que irse para la cama, porque le han adelantado una media de ciento veinte minutos el momento de entrada en el “currelo” para salir a las seis y tras despojarse del mono de trabajo es temprano para zamparse un gin-tonic.
En fin, que sólo os puedo adelantar que los horarios en España van a sufrir un buen revolcón. La manera en la que se ordenen ya es más difícil de pronosticar, pero estar en Europa tiene sus desventajas (o ventajas, vaya usted a saber) y nos impele a madrugar como manden nuestros amigos alemanes. Si por lo menos nos evitasen el cambio de hora dos veces al año, yo me daba con un canto en los dientes.
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