El mito del chico malo de la moda

30 de julio de 2018
Retrato del diseñador inglés Alexander McQueen. Fotografía de archivo.
Retrato del diseñador inglés Alexander McQueen. Fotografía de archivo.

“McQueen”, filme de Ian Bonhôte y Peter Ettedgui, cuyo estreno fue el 7 de junio en el London’s Picturehouse Central, pone de actualidad la mítica figura del que fuera uno de los diseñadores más controvertidos, transgresores y atormentados del mundo de la moda. A pesar de su triunfo, terminó quitándose la vida el 11 de febrero de 2010. «En realidad él era muy frágil. Era muy dulce, pero tenía un sentido del humor malvado que hacía pensar que era agresivo», declaraba a los medios Alice Smith, consultora de moda que lo trató durante quince años.

Alexander McQueen era pura rebeldía, sus colecciones nunca causaron indiferencia. Su universo particular plasmaba una iconografía deudora del movimiento punk; que hizo de él uno de los creadores más personales de la historia más reciente de la moda. Para McQueen la moda debía ser una fiesta, ¡vestirse, es para salir!

Hubo un tiempo en el que los franceses le llamaban con desprecio hooligan de la alta costura. Poco después las grandes firmas se lo disputaban. Por entonces, su salto de Givenchy a Gucci supuso un episodio más en la lucha sin cuartel que libraban dos de los grupos más emblemáticos de la industria de lujo. Un hito en la meteórica carrera del joven modisto, nacido en el East End de Londres, hijo de padre taxista y madre ama de casa. Se inició en la costura cortando trajes para las tres chicas de sus hermanos. Alexander se sintió, a lo largo de su vida, la oveja negra de la familia.

A los dieciséis años, dejó la escuela para entrar como aprendiz en una casa de Saville Row, la calle londinense de los sastres más tradicionales. Se estrenó en Anderson & Sheppard, continuó en Gieves & Hawkes, y más tarde en Angels & Bermans. A los veinte años, tras leer un artículo en The Sunday Times sobre el diseñador japonés Koji Tatsuno, se presentó en su estudio y salió con un contrato de trabajo. Una estrategia que utilizó luego en Milán con Romeo Gigli, con semejante resultado.

En 1992, lanzó su propia marca: transcurridos ocho años, el grupo Gucci se hizo con el 51% de la compañía. Con cada una de sus colecciones se fue cimentando su reputación de chico malo de la moda. En 1995, sus modelos desfilaron con crestas estilo punk, atadas con cinta adhesiva y con marcas de neumático. Le acusaron de misoginia. Al año siguiente, volvió a escandalizar al público cuando sus chicas salieron a la pasarela manchadas de sangre, con faldas escocesas rasgadas y vestidos de retales y encaje.

Detrás del dramatismo macabro de sus creaciones, los expertos siempre apreciaron sus diseños de impecable construcción y una estética tan sombría como sexy.

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