Donald Trump y la reconquista del Oeste

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Z. S. Liang, “Danza de la victoria en Little Bighorn” (2017).
Z. S. Liang, “Danza de la victoria en Little Bighorn” (2017).

Apelo al viejo proverbio castellano “de fuera vendrán que de tu casa te echarán” para tratar de comprender la estúpida prepotencia del presidente de los Estados Unidos, no sólo para impedir el acceso al país de extranjeros necesitados de asilo o trabajo, sino para reclamar a los dueños del territorio norteamericano que se vayan del país o se adapten a las miserias de la cultura del loco pelirrojo, porque son extranjeros en su propia patria.

La obcecación intelectual del okupa de la Casa Blanca ya no es sólo el problema de allegado de la familia que se cree que su posición le legitima para hacerse con el santo y la limosna de la vivienda, sino que actúa como el yerno gorrón que no sólo se traga la comida de toda la parentela, sino que después atraca la nevera y deja el hielo de puta misericordia.

Quien desconozca la historia de la conquista de Estados Unidos disertará sobre la importancia de los colonos para conquistar un Oeste irredento, pero ocultará la vida y leyenda de los pueblos indígenas a los que se le robó la tierra y se les privo de sus derechos.

Es comprensible, pues, que un analfabeto racista como Donald Trump cometa la osadía de arremeter contra las viejas tribus del Far West y exija que se vayan de sus casas y sus tierras en nombre de un supuesto mercado inmobiliario.

El atrevimiento de la ignorancia llega a tal irracionalidad, que el presidente de los Estados Unidos se lanza a mortificar a sus ancestros de país con la frivolidad de quien acaba de saber que le tocó la Bonoloto y va a comprar la Giralda con el premio.

Está bien que las mentes más preclaras del país, y del mundo entero ya hayan atiborrado a pedorretas al multimillonario xenófobo, pero dada la impermeabilidad de las neuronas del tipo, no estaría del todo mal que cherokees, apaches y sioux, desenterraran el hacha de guerra y le desahuciaran de la Casa Blanca que, al fin y al cabo, es su propia casa.

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