
Hubo algunas antes y muchas después que la superaron, pero “Lost” fue otra cosa. Lo que la serie de televisión de Jeffrey Jacob Abrams y Damon Lindelof significó no se podría explicar si no entendemos que su éxito coincidió con la expansión de internet y la tímida aparición de las plataformas de streaming.
En España “Perdidos” comenzó a emitirse en La 1 de RTVE, los domingos por la tarde. Creo que los programadores no tenían ni idea del producto que manejaban entre sus manos. El capítulo importaba, sí, pero aún era más fascinante esperar pacientemente los domingos por la noche a que lo repitieran, esta vez en versión original con subtítulos, y ponerte a comentar como un loco y a elucubrar disparatadas teorías acerca de los setenta y dos supervivientes (Vincent incluido) del vuelo 815 de Oceanic Airlines, de la aparente isla desierta, de Los Hostiles, de la secuencia de números más famosa de la televisión, del “I love you Penny”, de la increíble analepsis de la tercera temporada.
Con “Lost” aprendimos lo que era un cliffhanger (“final en suspenso”), aunque casi hubiéramos preferido no saberlo porque los guionistas descubrieron que nos gustaba eso de quedarnos “colgados de un acantilado” y así nos dejaron a partir de entonces. El bien, el mal, el blanco y el negro, la fe y la razón… tanta duplicidad no podía llegar a otro lugar que el dividir al mundo entre los que les gustó el final de “Lost” y los que no. No fue el de “Los Serrano”, pero casi.
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