
Somos moradores de una era enajenada por el ritmo de los tiempos salvajes, necios, ciegos, aciagos… La sociedad líquida, donde los valores, como nubes al viento Sur, se difuminan. Donde vale menos el compromiso social que el consumismo desaforado. Donde tanto compras, tanto vales. Donde la felicidad es un cheque en blanco, una mente en blanco, y el blanco es la diana del incesante deseo insatisfecho.
La libertad es infinita siempre que sepamos ponerle límites. Pero en la actualidad, no hay ciudadanos libres. Hay un dócil rebaño de meros consumidores abrevando brevemente en el vasto bebedero, sorbitos de ilusoria felicidad. Fuera de él, aguardan las punzantes alambradas que conducen de nuevo a la cuadra de la vida diaria. Al chapoteo entre orines y boñigas. Las mismas encostradas miasmas que, en su condición de manada, ahora tratan de olvidar, al grito de ¡Sálvese quien pueda!
Es el claro ejemplo del tipo de sociedad alienada y manipulada en extremo en que estamos. Ni consumo responsable, ni criterio, ni control de impulsos, ni leches… ¡Hagan cola, que hacemos caja!