Aquí seguimos… blasfemia arriba, IBI abajo. Con una teocracia poco más o menos como el Daesh. No hace mucho, una pareja de septuagenarios pasó dos noches durmiendo en el céntrico Parque de San Francisco, en la ciudad de Oviedo, después de ser desahuciados. Lástima que las miles de casas de los bancos estén impunemente vacías. Los juzgados atribuyeron a un “fallo de información” que el matrimonio acabara en la calle.
Sobrevivieron de niños a la guerra de España (cruzada nazionalcatólica), a la dictadura franquista —que estos aciagos tiempos parecen querer hacer buena—, a la falsa democracia que aún nos ocupa, pero los darwinistas e implacables tiempos neoliberales que corren de “la ley del más fuerte” y el “sálvese quien pueda” los han orillado a un banco del parque. Que no se confíen, tampoco allí son bien recibidos.
Cada vez me da más ascazo esta patria ezpañistaní de la que se supone he de sentirme orgulloso sí o sí. Dice el refrán: “Quien no quiere que hables es quien te pisa”. Ya sabemos que en Ezpañistán se pueden hacer todas las barbaridades menos cagarse en dioses improbables. Y cuando esto ocurre, los believers creen que es en el suyo. ¡Tarados! ¡Cagondiós!
Así que, mientras la peor secta del planeta mangonee el país, el progreso seguirá siendo sólo el de ellos. Luego nos venden la caridad. No os extrañe que se descojonen de nuestra estulticia. De modo que… ¡Viva Ezpañistán! Y que sigamos tolerando que los peores la lleven —y a nosotros con ella— a la mierda más absoluta.
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