La vez que recuerdo haber estado más cerca de perder por completo la cordura fue, hace algunos años, en una ocasión en la que la desesperación máxima, terminal, sin retorno aparente, me hizo caer en un hoyo de no ser, no estar, no existir. Pero aún peor; existiendo.
Por unos momentos mi mente, que es el lugar donde todo lo que uno es, siente y piensa, existe, se largó a algún lugar y dejó mi carne y mis huesos abandonados a este lado de las cosas pero sin llevarse consigo por completo mi conciencia de estar allí. La pérdida de la cordura temporal elevada a la categoría de cuadratura de la putada. Me sentía como un pollo descabezado. Supongo que si me hubieran utilizado como punching ball habría sabido que alguien me estaba atizando, pero no habría sentido dolor ni molestia alguna. Al cabo de un rato regresé sin saber como con la misma angustia anterior. Finalmente acabé por regresar de aquel estado de angustia también. Como tantas otras veces…
Con los años aprendí a relacionarme con mis demonios interiores. A día de hoy la relación es muy sencilla. Si llegan y me encuentran en forma les doy una patada en el culo y los mando de vuelta a donde vinieron. En otras ocasiones estoy algo más débil y me siento a charlar con ellos. Cuando esto sucede es porque yo lo decido así, ya que me sienta bien compartir un rato con ellos. He aprendido a hallar mucho conocimiento y paz en su compañía. Pienso ahora en la angustia última, en el último precipicio. He hecho equilibrios vadeando su borde más veces de las que puedo recordar. He estado en lugares sin retorno más veces de las que recuerdo haber llegado hasta allí. Sin embargo, siempre he vuelto.
Esto no es algo con lo que se pueda contar. He conocido a mucha gente que no ha regresado jamás de lugares más cercanos que los míos. No se puede aprender a hacerlo. Así que supongo que debo considerar que soy afortunado. Pienso en el último abismo, en el último paso sin vuelta atrás, y al ver que aún sigo aquí creo que tiene que ver con algo dentro de mí que desconozco. Y es esa confianza en mí, incluso en lo que no conozco de mí, en lo que no controlo de mí, lo que me otorga la fuerza para regresar de cualquier infierno. De algún modo todo ello se asienta en la intensidad con la que uno crea en sí mismo. En el instinto y en la experiencia de haberle mostrado el dedo índice a Lucifer más de una vez.
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