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La cara es el espejo del alma

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Bette Davis y Gary Merrill en ”Eva al desnudo” (1950), de Joseph L. Mankiewicz. Fotografía de archivo.
Bette Davis y Gary Merrill en ”Eva al desnudo” (1950), de Joseph L. Mankiewicz. Fotografía de archivo.

Un estudio reciente de la Universidad de Nueva York analiza el valor de las cejas en la evolución de la comunicación humana. Considero que no hay nada más apasionante que descubrir qué es lo que nos ha moldeado, a lo largo de millones de años, hasta convertirnos en los humanos en que nos hemos convertido.

El rostro, es un apasionante lienzo que debela, descubre y desvela aquello que sentimos, aquel que, real e inevitablemente, somos.

Podemos comprobarlo en la escultura, la pintura, o la fotografía, pero, dado su enfático gigantismo sobre todo el cine —y ahora las pantallas digitales— que, al cabo, no son sino el otro lienzo en cuyos primeros planos la faz se desnuda, los gestos se magnifican, los matices se revelan; tiene esa poderosa fuerza para transmitirnos con una inusitada intensidad los más sutiles mensajes que la palabra vana intenta alcanzar.

Y ahí tenemos las cejas: ¿Cómo no emocionarse con la complicidad que reclamaban las de Charlot? ¿Quién no se aterrorizó con las amenazantes del Drácula de Béla Lugosi? ¿Para qué resistirse a las tentadoramente seductoras y dominantes de María Félix? ¿Qué compasión no despertaron las suplicantes y llenas de ternura del frágil James Dean, o del vulnerable Montgomery Clift? ¿Cuánto no nos han intimidado las muy poderosas de la indómita Bette Davis? ¿Y las muy ceñudas de John Barrymore?

No cejemos en nuestro empeño de conocer más… Y ahora decid: ¿Cuáles son vuestras cejas favoritas?

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