
Conozco a más de una persona que se niega a reconocer la violencia machista, amparándose en la pueril —pero no justificable— explicación de que la violencia no tiene género. Por esa peregrina razón tampoco habría que hablar del maltrato animal, puesto que también los somos todos.
Tremendo. Parece que vamos a peor. ¿Cómo es posible que las mujeres no puedan vivir su maravillosa condición de tales, sin gozar de plena libertad y sin ver amenazada su vida? ¿Qué mierda de sociedad es esta? Cada vez más penosa. Tengo la sensación de que el machismo empieza en los tribunales: con un sistema judicial trasnochado y descontextualizado, semejante a veces al de los talibanes. Simplemente, ¡repulsivo!
¡Menos globitos y maratones, y más prevención! ¿Qué medidas se están tomando para prevenir, para atajar, y para combatir la violencia machirula? ¿Cuáles son? ¿Quién o quiénes las decidieron? ¿En qué consisten? ¿Para qué sirven? ¿A quién protegen?
Hace pocos días, José Luis G. G. fue condenado a cuatro años de prisión por matar a su pareja, a la que arrojó por unas escaleras durante una discusión en Valencia; ¡qué barato es matar en Ezpañistán! Suma y sigue: Laura Luelmo fue asesinada por Bernardo Montoya, autor confeso de la muerte de la joven profesora zamorana en El Campillo, Huelva. Este último asesinato ha de ser el punto de inflexión que suponga el principio del fin de la violencia machista.
“Sea el arte el martillo que rompa el lago helado de nuestra conciencia”, escribió Franz Kafka. Laura, lucharemos para que ni tu arte combativo, ni tu compromiso social, ni tu ejemplo de vida hayan sido en vano. Prometido.