Las paradojas del señor fiscal

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Los fiscales Javier Zaragoza y Fiel Cadena, en una sesión del juicio del procés. Fotografía de archivo.
Los fiscales Javier Zaragoza y Fiel Cadena, en una sesión del juicio del procés. Fotografía de archivo.

A mí hay algunas actuaciones impostadas que me producen un incontenible deseo de vomitar. Es sobre todo cuando ciertos servidores públicos hacen gala de un proverbial sentido de la justicia y tratan de hacerle creer al respetable que son personas sensatas, de orden e incapaces de tener una mácula en su larga trayectoria como personajes públicos que cobran de los españoles. Este es el caso del fiscal Javier Zaragoza que se ha distinguido como martillo de los independentistas en el juicio que ahora ocupa el Supremo contra los organizadores del referéndum del 1 de octubre de 2017.

Cuando uno oye los alegatos del fiscal Zaragoza en este proceso, las arcadas aparecen en mi estómago una y otra vez, especialmente cuando se refiere a la defensa del Estado de derecho y en el hecho de que en democracia nadie está por encima de la ley. Que lo diga este jurista tiene bastantes bemoles porque no es precisamente el representante del Ministerio Público un ejemplo a seguir a la hora de mostrar la coherencia en defensa del Estado de derecho.

Hagamos algo de historia sin necesidad de remontarnos demasiado en el tiempo. Cuando aparecieron los papeles de WikiLeaks, que en España publicó por aquel entonces el diario El País, se desveló que nuestro nunca bien ponderado fiscal, que por aquellos días era el representante del Ministerio Público en la Audiencia Nacional había pactado con la embajada de Estados Unidos en Madrid hacerse el sordo y el mudo a la instrucción de un sumario por la existencia de aviones prisión que trasladaban presos de Guantánamo a otros países, sin las debidas prevenciones jurídicas y pasándose la ley por el forro de los cojones. La impecable gestión de Zaragoza impidió que se pudiera detener e interrogar a determinados torturadores que gozaban del plácet de los Estados Unidos.

Este patriota que viste toga y puñetas y que hoy defiende el Estado de derecho miró para otro lado cuando se planteó la necesidad de exigir a los norteamericanos la extradición de los tres militares que acribillaron en Irak al cámara español José Couso. Omitió el deber de auxilio jurídico a un compatriota asesinado y prefirió la palmadita en la espalda del embajador yanqui. A pesar de todo, la firmeza de un juez serio como Santiago Pedraz lo dejó con el culo al aire y el sumario contra los tres criminales continuó, aunque con la negativa de los estadounidenses a que se juzgara a sus miserables terroristas.

En la biografía de Zaragoza existe también una leyenda negra sobre su relación con Baltasar Garzón y aunque se dice en ambientes jurídicos que es un hombre progresista frenó cualquier investigación sobre los crímenes del franquismo que por aquellas fechas alentó el juez de la Audiencia Nacional, luego represaliado por la ultraderecha de la judicatura.

Es muy posible que estos grandes servicios a los intereses de otros países le sirvieran para auparse a la Fiscalía del Tribunal Supremo y tener ahora la posibilidad de alegar contra los independentistas que el Estado de derecho es invencible, con la misma frivolidad con la que se inhibió en los papeles de Guantánamo.

El que suscribe desconoce por qué vericuetos caminará el juicio que ahora se sustancia en el Tribunal Supremo, pero mucho me temo que cualquier sentencia condenatoria colisionará con los tribunales europeos que volverán a darle un capón a la desacreditada justicia española.

Los papeles que destapó WikiLeaks pusieron de relieve grandes maniobras oscuras y criminales de los servicios de inteligencia occidentales que hacían lo posible y lo imposible por evitar situaciones incómodas para sus intereses. Así se entienden las razones por las que Gran Bretaña y Estados Unidos quieren asesinar al fundador de WikiLeaks, Julian Assange, refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres.

En cuanto al fiscal Zaragoza, nos imaginamos que seguirá dándonos días de gloria en defensa de la Constitución española y sumará puntos para que algún tipo de mando en plaza le ascienda hasta el máximo en el escalafón fiscal y judicial. Y ahora, lo siento: voy a vomitar.

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