Ahora que Birmania se puso de perfil

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Fatima Kahtun huyó con su hijo cuando los militares mataron a su marido. Fotografía: Laurel Chor.
Fatima Kahtun huyó con su hijo cuando los militares mataron a su marido. Fotografía: Laurel Chor.

Hace bastante tiempo que no oímos nada de los rohinyá en los medios de comunicación. Ya sabéis, esa etnia minoritaria de religión musulmana que vive en un país mayoritariamente budista como Birmania y que ha padecido la discriminación y represión de los que gobiernan el país y que mantienen un genocidio casi constante contra estos ciudadanos.

Bueno, los rohinyá no salen en los medios de comunicación ahora porque como conocéis, las informaciones son cíclicas y giran en función de los intereses de los dueños de las noticias y de las diversas circunstancias; pero que no salgan no quiere decir que no sigan siendo víctimas de la etnia mayoritaria o de la religión de la casi totalidad de los birmanos, que viene a ser lo mismo porque apenas se diferencia en una dictadura tolerada como es la de ese país que algunos llaman Myanmar.

Birmania ya no tiene hueco en las noticias, porque ha cumplido su papel y debe dar paso a otros países exóticos cuyas crisis son devoradas por los habitantes del Primer Mundo como si se tratara de un desayuno continental.

Ahora, y hace ya algún tiempo, quien ocupa diariamente las primeras páginas de los periódicos es Venezuela, porque a los tipos que mandan en el mundo, que son los mismos que los que dirigen los medios de comunicación, les jode sobremanera que el Gobierno bolivariano no se rinda a sus deseos de cambiar el rumbo de la economía y hacerse con el control del petróleo y de otros recursos de gran importancia estratégica.

Con Venezuela llevan dándonos la turra años enteros y me da la impresión de que hasta que no cambie la orientación política de quien dirige ahora el país, no cesarán. Y como, además, el presidente venezolano se ha hecho fuerte en el Palacio de Miraflores y sigue la consigna de “Maduro, seguro, a los yanquis dales duro”, seguirán abriendo los telediarios con la crisis humanitaria en el país y otras fake news de distinta índole, para escarnio del autoproclamado Juan Guaidó que no ve el día de hacerle la ola a Donald Trump y agradecerle los servicios prestados. O sea, que tenemos Venezuela para rato.

Pero, bueno, estábamos hablando de Birmania y la levedad de las informaciones sobre discriminaciones y genocidios. A mí lo que más me interesa de este asunto, además, lógicamente, de que cese la represión, es el papel de la llamada líder democrática y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que fue considerada por Occidente como la gran esperanza para la regeneración birmana y que se ha sumado a la legión de opresores contra el pueblo rohinyá.

Es verdad que la posición política de la hija del líder de la independencia birmana, maltratado por sus conmilitones, no es la más adecuada para salir a la palestra en defensa de parte de su pueblo, porque vive casi en una burbuja de cristal y los gorilas con uniforme la tienen muy vigilada. Pero a una premio Nobel de la Paz se le debe exigir una cierta coherencia y una firmeza en los postulados democráticos que le hicieron merecedora de un galardón de prestigio, que algunos demócratas de verdad le quieren desposeer.

Ahora que Birmania se ha puesto de perfil y ya no interesa su peripecia política en las grandes redacciones periodísticas, no estaría de más que entre todos y cada uno, en la media que sea posible, volvamos a poner al país de frente y ante sus propias responsabilidades para acabar con un genocidio interminable que rechina a todos los ciudadanos del mundo con buena voluntad. Y ahora que ni la ONU ni el Papa Francisco han vuelto a hablar del asunto, no sería mala idea recordarlo para que el universo entero sepa que no vamos a callarnos ante un repugnante crimen y que intentaremos que los grandes rotativos vuelvan a hablar de los rohinyá. No todo va a ser Venezuela.

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