
Aquí me tenéis, dispuesto a conquistar el bien más supremo: ¡La vida! El resto del vasto mundo no puede ser peor que este. No sólo el planeta está yendo a menos… El fascismo capitalista es quien crea de forma incesante migraciones ilegales.
¿Quién no huye de una montaña que se derrumba sobre su cabeza? ¿Quién se queda a admirar el espanto de un incendio? ¿Quién, a contemplar cómo el hambre devora a sus hijos?
Anoche dejé a mi familia en la choza sin despedirme. A las primeras luces se unirá la de la esperanza de mi marcha. Y a las primeras sombras de la tarde, la de la melancolía de mi ausencia.
Un batallador no olvida un buen equipamiento: pasta de arroz, alubias y algo de agua son todo mi arsenal. Emprendo un camino cuyo espanto prefiero no alcanzar a sospechar. Desiertos, mafias, sed, alimañas, robos, agresiones, persecuciones… Pero eso no me hará abandonar el espíritu que he forjado.
Si nos enalteciera el grado de conciencia deseable ante el sufrimiento ajeno tanto como para dolernos y tratar de paliarlo de algún modo seríamos mejores seres humanos, dignos de perpetuarnos como especie. Nuestra civilización se desmorona irremediablemente a pasos agigantados. ¡Bienvenidos a este nuestro mundo infierno!
Me llamo Ibrahim. Gracias por detenerte a leer mi pequeño relato.