La industria fílmica hindú produce al año más de 1.000 títulos y recauda en total unos 1.400 millones de euros; a pesar de esto, continúa siendo casi un enigma no sólo para el espectador medio, también para cinéfilos y críticos profesionales. La meca del cine hindi está radicada en la ciudad de Bombay, donde se producen buena parte de los filmes.
La historia cinematográfica en La India, iniciada en 1913, empieza a tener reconocimiento a partir de 1955 con la película “Pather Panchali”, una historia rural centrada en la vida de un niño bengalí llamado Apu que daría lugar a una trilogía. Este fue el primer trabajo de Satyajit Ray, el director hindú más conocido cuya obra iniciática, fuertemente influenciada por el neorrealismo italiano, permanece aún como fuente de inspiración para cineastas de todo el mundo. Junto a Satyajit Ray y quizá Rhitwak Ghatak, las últimas aproximaciones del espectador occidental al cine hindú se podrían reducir a las occidentalizadas realizaciones de Mira Nair, “Kamasutra, una historia de amor” (1997), y la muy recomendable “Fuego” (1996) de Deepa Mehta, ambas con grandes problemas de exhibición en su país de origen, sin olvidar “Bandit Queen” (1994) de Shekhar Kapur, programada en televisión y disponible en vídeo.
Sin embargo, el cine hindú contemporáneo más popular y el más desconocido, que poco tiene que ver con el anteriormente mencionado, es un espectáculo lúdico en el más puro sentido de la palabra; una fiesta en la que todos los géneros se pueden entremezclar y en la que sus protagonistas tan pronto luchan y lloran como cantan y bailan a ritmo del hindi-pop más frenético, suplantando las inexistentes escenas eróticas con policromos números musicales de indudable encanto pero dudoso gusto, que pueden causar un daño irreparable a las retinas del espectador occidental menos avezado. Bombay es la capital de esta poderosa industria cuyas pluriempleadas estrellas son poco menos que idolatradas por el público y la prensa nativa.
Entre la nueva ola de directores existen muchos obsesionados por recrear el espíritu descarnado, innovador y atractivo del subgénero heroic bloodshed de principios de la década de los años 90 del siglo XX en Hong Kong. Gracias a ello, hemos podido disfrutar pequeñas grandes joyas como “Gang”, “Vaastav: The Reality”, “Satya” o “Khauff”. El largometraje de Akashdeep “Gaath” supuso un importante esfuerzo por parte de la industria de Bombay de hacer cine de gánsteres sobrio, centrándose en una historia que revolviera por dentro e hiciera pensar por una vez, sin preocuparse de buscar el habitual final feliz bollywoodiense.
Lejos del cine de autor, el cine popular de La India parece prácticamente destinado al consumo interno, pero despierta tal pasión que merece más atención internacional. Se trata de un cine colorista, barroco, con historias dramáticas y apasionadas, con reglas estrictas en lo que se refiere a besos y desnudos, y unas bandas sonoras y coreografías delirantes. En definitiva, un festival para los sentidos alimentado por una industria poderosa donde se ofrecen obras de distintos períodos históricos.
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