
Es de común aceptación en la sociedad española que un maestro que aspire a dar clases deba tener un mínimo de instrucción para poder transmitir algo de sabiduría a sus alumnos, y a nadie se le ocurre que una persona analfabeta se encargue de la misión de educar a las nuevas generaciones, porque ni enseñaría nada, ni los pupilos podrían aprender.
Si es ridículo que un analfabeto dé clases, imaginaros lo que significa que un autócrata imparta lecciones de democracia y explique cómo se debe comportar un pueblo. Lo normal sería que la impostura del autócrata quedara en evidencia y fuera objeto de chanzas (como mínimo) entre el personal, pero en el caso que os voy a relatar, no sólo no fue objeto de crítica alguna, sino que recibió plácemes y elogios por toda una clase política y mediática desmemoriada y poco preparada.
Con motivo de su viaje oficial a Cuba, el rey de España, Felipe VI se permitió la osadía de recomendar a los cubanos más democracia y significó que la elección de representantes por el pueblo era el método más razonable para la convivencia de un país, poniendo como ejemplo de concordia la Constitución española.
Nada que objetar a esta teoría política si su expositor fuera una persona salida de las urnas, refrendada por la voluntad popular y ganador en unas elecciones junto con otros candidatos al puesto. Pero resulta que quien ha planteado los beneficios de la democracia ha sido un rey que no eligió nadie y que es jefe del Estado por razones genéticas, heredando el cargo de su padre y sin tener que someterse al veredicto popular. Es evidente que el ridículo de Felipe VI ha tenido que sonar como una paradoja enorme en las cancillerías de medio mundo.
Podría ser comprensible que las reclamaciones a una mayor democratización de Cuba (que por cierto acaba de estrenar nueva Constitución en la que se llegó a debatir y votar sobre la influencia del partido comunista cubano en las orientaciones generales del país) las hiciera desde España alguien que tuviera el aval de las urnas y el respaldo de, al menos, una parte importante del electorado. Podría pensarse que Pablo Casado, Pedro Sánchez o el mismísimo Santiago Abascal ejercieran ese reclamo al presidente Miguel Díaz-Canel, pero parece tan ridículo como un maestro analfabeto que se encargara de esta misión, la misma persona que no permite que España elija entre monarquía o república. Bien es cierto que el jefe del Estado de la isla caribeña pasó del asunto, diplomática e inteligentemente, y su discursó se centró en el bloqueo yanqui.
Yo no sé si entre los asesores del Rey o entre el personal de su Casa hubo alguien que se diera cuenta del gazapo de Felipe VI y si se enteraron dieron la callada por respuesta. Pero sería conveniente que nadie pusiera al monarca de nuevo en esa tesitura dando lecciones de democracia porque alguien podría preguntarle sobre quién fue su opositor en las últimas elecciones a presidente de España. Yo, sinceramente, no me acuerdo. No sé si alguno de vosotros tiene este hecho en la memoria.