Cuando la superchería devora la razón

21 de noviembre de 2019
La socialista Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno en funciones, saluda al Papa Francisco. Fotografía de archivo.
La socialista Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno en funciones, saluda al Papa Francisco. Fotografía de archivo.

Uno de cada tres niños vive en situación de pobreza en este país de mierda. Nada avanzaremos en justicia social mientras no entendamos que la banca, la monarquía y la Iglesia son nuestro mayor problema. Hemos de ser conscientes de que el populacho, ignorante, mísero y manipulado, escora siempre sus miedos hacia sus verdugos. Por eso es populacho.

Tanto es así que, mientras cerca de un 40% de pensionistas está en el umbral de la pobreza, el rescate bancario que no nos iba a costar ni un céntimo terminó generando una pérdida de casi sesenta y seis millones de euros, salidos de las arcas públicas. Decidme ahora, por favor: ¿cuántas banderas de mierda se necesitan para tapar esta vergonzosa, gravísima e intolerable realidad? En un país donde la corrupción política cuesta a los españoles ochenta y siete millones de euros al año, a quien habría que poner como inmigrante ilegal es a quien nos roba y empuja al exilio.

Suma y sigue… Mientras en Ezpañistán el sistema sanitario destina cuatro médicos por cada mil habitantes, en países como Grecia la cifra sube a seis. Con este y muchos otros datos más, un informe oficial publicado recientemente revela que estamos lejos de la élite en médicos y gasto sanitario.

Y para rematar, la organización Europa Laica denuncia que la Iglesia católica en éste nuestro país de pandereta funciona como un paraíso fiscal, recaudando trescientos treinta y cinco millones de euros en donativos sin control por parte de la Agencia Tributaria.

En este contexto, cuando la ciencia cura las dolencias con más eficacia que ninguna salvífica agua bendita, son muchos quienes, enquistados en su fe unidireccional, usan a modo de gratitud el mecánico mantra: “Gracias a Dios”. Pero si la curación no se logra, la culpa, invariablemente, será del sanitario de turno. La superchería vuelve a devorar nuestra razón. ¿Y, cuando no tengamos sanidad pública, a quienes no tienen fe quién les curará? ¡Curémonos bien en salud! Aunque no sea “gracias a Dios”. Porque nadie disfruta tanto los aquelarres como el propio demonio.

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