De regreso a los juegos de la infancia

2 de enero de 2020
Antiguo fuerte del Oeste “Fort Bravo” de Playmobil. Referencia 3773, años 80. Fotografía de archivo.
Antiguo fuerte del Oeste “Fort Bravo” de Playmobil. Referencia 3773, años 80. Fotografía de archivo.

Desde la perspectiva de mi vida adulta recuerdo el mundo de la infancia como algo lejano. Aunque en determinados momentos saltan chispas que hacen rememorar aquellos tiempos; como destellos que te transportan a épocas pretéritas, tiempos en mi caso, felices.

Uno de esos fogonazos me viene a la cabeza cuando veo alguno de los juguetes de mi niñez. Hablaré hoy en concreto de los muñecos que formaban parte del universo lúdico de la mayoría de los chiquillos españoles de la década de los años 70 y los 80 del pasado siglo, y que incluso, se siguen usando en la actualidad.

Estaban los Airgam Boys, de la juguetera creada por Josep Magrià Deulofeu; las cajas hexagonales de cartón de Exin Castillos, de Exclusivas Industriales; las figuras articuladas de acción Madelman, fabricadas por Industrias Plásticas Madel o los soldaditos de plástico que venían en sobres sorpresa que comprabas en el quiosco. Mis favoritos eran los clicks de Famobil, hoy llamados Playmobil. Indios y vaqueros, granjeros, policías y ladrones, caballeros medievales y un largo etcétera: los tocaba, tuneaba, les daba movimiento, los vestía… En resumen, les daba vida haciéndolos hablar, interactuando con ellos.

Por entonces, jugabas solo o con algún amigo, en mi caso con mis hermanos. Y… ¡tachán!, empezaba la función: montábamos una auténtica película, los muñecos hablaban entre ellos, participaban en una misión o se enfrentaban en una batalla. En fin, era un espectáculo de creatividad y de expresividad: de esta forma, el niño exteriorizaba sentimientos que tenía latentes en su interior.

Muchos de los clicks acababan sin el pelo, que era de quita y pon, y los diferentes complementos iban desapareciendo poco a poco. Al finalizar el juego, todas las piezas mezcladas al tambor de detergente Colón hasta la próxima aventura, que no tardaba en llegar y aunque las figuras ya no estaban como nuevas, el espectáculo continuaba, pues no dependía del juguete en sí sino de la ilusión y las ganas que poníamos en el juego.

Esos juguetes cobraban vida en nuestras manos, lo que me recuerda la idea original de la gran película de 1995 “Toy Story”, dirigida por John Lasseter y producida por Pixar. El objeto se humaniza, el niño se convierte en un pequeño dios creador. En la actualidad, muchos de estos juegos han sido sustituidos en su mayor parte por los videojuegos en sus diferentes plataformas. El niño ya no crea sino gestiona o maneja tres o cuatro opciones ya programadas. La máquina sustituye al ingenio.

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