Intuyo, aunque más que intuir tengo casi la certeza de que en mi larga trayectoria como periodista y observador de la vida política de este país, una de las personas más superficiales y frívolas que he visto es la presidenta de la Comunidad de Madrid. Pertenece Isabel Díaz Ayuso a ese tipo de gente que cree que la ignorancia es la madre de todas las virtudes y tiene la osadía de saber más que nadie de todo y de cada una de las cosas.
La historia de esta mujer que está ahora en lo más alto de la cúspide de la oposición política al Gobierno de coalición es la de esas personas que con una inmensa chulería pontifican en las tertulias de “Sálvame” entre gritos y vocerío de verduleras. Siempre digo a mis amigos que Telecinco ha sido una cadena nefasta para la educación de nuestras jóvenes generaciones y para sacar lo peor de la maledicencia patria.
La llegada de Díaz Ayuso a la tómbola de la política nacional, procedente de la cuadra de Esperanza Aguirre y en la misma línea de patriota resentido que ha inculcado José María Aznar a los nuevos políticos de la derecha, ha puesto de relieve que aquí el más tonto hace relojes y que no hace falta un currículum ideológico serio ni una preparación política adecuada para ser un servidor público. Basta con prepotencia, cierta presencia física y aprender de memoria las cuatro reglas del conservador español, además de una dosis adecuada de cinismo y oportunismo de alcantarilla para tergiversar todas las informaciones posibles que le hagan bien y depraven al adversario.
Con este nivel, Maribel, la presidenta de la Comunidad de Madrid nos sorprende (decir que nos divierte es enaltecimiento del masoquismo) construyendo cuatro lugares comunes en los que despreciar al rival político, la hoja de ruta precisa para alcanzar el aplauso gratuito de los medios de comunicación de la caverna.
Así, manifestar a la oposición de su Parlamento que puede llegar a pactos siempre que se hagan como ella diga o plantar al jefe del Ejecutivo nacional en una reunión de presidentes autonómicos por ir a una misa en la que se rezaba por las víctimas del coronavirus que no se supo prever y, a la vez, derramar lágrimas de cocodrilo por los muertos en la pandemia mientras sonríe a la cámara por el perfil más provechoso para el marketing, dejan bien a las claras cuál es la filosofía del personaje y sus aspiraciones en la vida política.
Mentirosa compulsiva sobre todo lo que se refiere a su biografía cuando fue acusada de alzamiento de bienes y pasota irresponsable cuando se trata de preservar la salud de los madrileños, hasta el punto de haber reconocido que las razones para pasar a la fase 1 no son sanitarias sino básicamente económicas, porque lo reclaman los mismos a los que les suspendió el pago del impuesto de sucesiones, que para eso financian campañas electorales, es ya un clásico de nuestra Maribel.
Pero es que la presidenta de Madrid y aspirante a emperatriz de Lavapiés hace gala de su ignorancia más atrevida cuando afirma que la Covid-19 recibe ese nombre porque la última letra del virus corresponde al mes de diciembre de 2019, que a su juicio es cuando se detectó la enfermedad. Y cuando se le replica que la letra d viene de la traducción inglesa de enfermedad, se pone patética y afirma que se trataba de una ironía.
Maribel Díaz Ayuso quiere pasar a la historia de España, pero se queda en la orgía de chascarrillos de quienes se tropiezan al hablar y casi no le alcanza a la inefable Sofía Mazagatos cuando aspiraba a estar en el “candelabro” nacional. ¡Qué nivel, Maribel!
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