«Cuando alguien está defendiendo a quien le explota, a los mercados o a la clase política corrupta, ha llegado al nivel más bajo al que puede llegar un ser humano: bendecir la porra que le golpea y besar la bota que le pisa.» (Julio Anguita González)
Julio Anguita no se ha ido del todo, en lontananza diviso su distinguida figura que se desdibuja entre los encinares de la Sierra Gaena; todavía quedan desaforados gigantes que enfrentar, que no molinos, por demás de cuantos ardides se valga la rufianesca de hoy para embaucarnos. En política, la realidad ha de ser una e incorruptible, y en esta lid se mantuvo a pie firme el repúblico maese, a quien más que adonado sarraceno quisiera remembrar hidalgo de los de lanza en astillero; que con virtud, oficio e inspirado verbo, rindió lealtad sin renta al pueblo de hogaza y vino de pellejo, renunciando incluso al estipendio vitalicio por sus servicios prestados al terruño, yermo de certitud y colmado de la sangre rancia de los hombres vestidos de rico a los que la azada y la hoz mucho repugna.
“Y pues él rompe recatos y ablanda al juez más severo, poderoso caballero es don Dinero”, tiempo ha, escribió el irónico y mordaz Francisco Gómez de Quevedo. El capitalismo demolió las pilastras del propósito de igualdad social, y quizás todos hayamos sido, quien más, quien menos, autores de tan funesto yerro. Decía don Julio que «la gente que vuelve a votar a ladrones es responsable de lo que luego pueda suceder». ¡Condenado país de insensatos alifanfarrones y pentagolines!
Es por ello que, Sanchos que cabalgáis a lomos de vuestros nobles jumentos el légamo de esta ínsula Barataria, abarrido rincón abondado de todo género de inmundicia, marchad a perpetuar el ideario de tan adiano paisano, de cuerda providencia, que un día decidió que los tratos de poder no eran para él, y rechazando las prebendas se fue tal como llegó: ligero de alforjas, sin tesoros ni cantares, pero más juicioso en decisión, caballero en propósito, en empeño, en porfía y en opinión.
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