Con este deseo a modo de máxima, Ángel García Roldán muestra “Ushiro” en la sede de PHotoESPAÑA 2020, junto a la obra de otros fotógrafos como Ángel Pantoja, Paco Peregrín y Mónica Vázquez Ayala, incluidos en el programa “Humano”, comisariado por Fernando Barrionuevo y Rosa Muñoz del equipo MECA (Mediterráneo Centro Artístico), en su segunda cita en PHE.
La serie fotográfica, que habla de la transformación como reacción natural en tiempos de crisis, ofrece un punto de vista desde el que tratar ese peculiar espacio de tiempo en el que “se es o se deja de ser”, casi sin apreciar el límite o la distancia. Para Ángel García Roldán estos retratos dejan de serlo de la misma manera que las personas evitan dejar de ser lo que son. Esa fragilidad del yo impulsa al individuo a recrearse, a inventarse, a metamorfosearse delante de ese espacio tan paradójico como es el espejo de su cámara. Como apuntaba Fernando Barrionuevo en la presentación de la muestra: “No queremos morir, no queremos envejecer, pero sabemos que todo esto va a ocurrir”. La serie “Ushiro” nos habla del instante, de la incertidumbre y de la angustia ante una soledad universal consubstancial al ser humano, que lo acecha, a pesar de nuestro continuo pulso por intentar superarla.
Pero “Ushiro” esconde además algunos detalles que hacen más interesante su recorrido. Su título, que a priori parece el nombre propio de la persona retratada, es en realidad el término japonés, escrito en Rōmaji (referido en grandes rasgos al alfabeto latino), que alude a lo que se sitúa detrás. Las ciento cincuenta imágenes que forman el groso de la serie, de las cuales sólo seis se exponen en esta ocasión, aluden a esos momentos de dificultad y peligro en los que es frecuente camuflar los deseos e instintos con objeto de garantizarse cierta autonomía. Este rasgo, implícito en cualquier cultura que asuma la transformación del cuerpo y su imagen como forma ritual para mostrarse a la comunidad, forma parte de la inquietud de García Roldán en muchos de sus proyectos, en los que en palabras del propio artista «acerca al espectador una reconstrucción visual de lo que somos desde el artificio, identificando nuestros miedos y anhelos, para aceptar esa otra verdad que no es posible contar con palabras. La imagen es el contenedor del relato y no al contrario, como casi siempre se ha descrito.»
La transmutación es un hecho crucial para el autor, pero en la vida social no podemos definirnos como seres metamórficos porque somos codificados y cosificados, respondiendo a un patrón que es casi imposible romper; y aun haciéndolo, la necesidad de señalar las cosas con un nombre nos convierte —lamentablemente— en una secuencia histórica; un relato con un inicio y un final, más o menos definido desde el comienzo. En esta idea, el artista plantea que sólo los puntos de giro nos hacen libres, o al menos, siguiendo su deseo, nos permiten situarnos desde otra posición; la del relato revolucionado que es lanzado a la otredad siguiendo su fuerza centrífuga.
Otro de los caminos que recorre la serie es su alusión, casi un guiño, a esas imágenes culturales que asimilamos y clasificamos rápidamente, en una síntesis de apropiación que despoja del valor simbólico de origen y lo resignifica en la propia experiencia. La contundencia de la figura femenina, maquillada de blanco, que intenta aplicarse un recogido en su cabello es la apariencia perfecta para parecer otra cosa, orientalizando nuestros sentidos. El estereotipo generado en el proceso performático al que induce normalmente a sus modelos nos redirige inevitablemente a una iconografía que resulta cercana. Ángel García Roldán alude con estas imágenes a las jóvenes maiko o aprendices de geisha de la cultura japonesa, que en su ritual se aplican en las partes visibles del cuerpo una base de maquillaje compuesto por una pasta blanca hecha tradicionalmente a partir de polvo de arroz. Pero el fotógrafo supera la facilidad de la mímesis trastocando el acto ceremonial con una base de pintura al temple, muy común en el pintado de paredes y frecuente en sus performances, para referir a ese otro yo interior que es el hogar y su privacidad.
El trabajo de Ángel García Roldán es un proceso, nada ocurre en el azar, y en caso de suceder, es el ejercicio o arte de ver —que no mirar— lo que le permite identificar el principio de un relato que está a punto de aparecer o de descubrirse. Al autor le gusta hablar del tiempo y de su paso, que él circunscribe al augenblick (momento o instante preciso). Esa resonancia mística y conceptual, constante a lo largo de toda su trayectoria, se hace palpable en “Ushiro”, no sólo en el procedimiento, también en su estructuración definitiva: dos planteamientos en la misma serie. Por un lado, las fotografías independientes que forman trípticos y conjuntos de ellos, y por otro lado, las ciento cincuenta tomas recogidas de la acción que forman parte de la recopilación en torno al termino nipón “ai” (usado para referirse al amor) y compuesta por dieciséis fotografías.
Mirar hacia atrás es recomponer la historia, ser capaces de observar el relato para entenderlo o intentar abarcarlo desde la perspectiva de lo humano, esto es: reconstruyendo la memoria y abordando, sin complejos, la soledad del individuo. En palabras del autor: «El yo es sólo lo que permanece mientras se tenga constancia de ello; el yo-transformado es una indefinición de lo que somos, como una imagen reflejada en un espejo. Tan volátil y escurridizo como el deseo, tan irreal como cualquier sueño.»
Para consultar la serie fotográfica completa clicar aquí.
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