
Leer es un acto irreparable. Cada metro de sorpresa, cada kilómetro de ahogo, resultan al final en una distancia decididamente confusa; ¿Dónde he acabado? ¿Qué surco es este surco que se inicia a mi espalda, atraviesa la raya de paisaje y vuelve a mis mismos talones de hace un rato, una mañana, un mes, una vida?
Una distancia confusa, sí. Porque su irreparabilidad no está en cómo quieres recorrerla; línea recta, en círculos, deteniéndote a fumar, etcétera; la problemática de leer arraiga en la predisposición del lector que decide sentirse aludido y responder a ciertos interrogantes desde el fondo de sí mismo; “lectores afectados”, acaso; no son capaces de encontrarle el lado natural y sencillo a un acto tan practicable como leer. Ocurren como actores de esa escena, pero en atraso o en adelanto con ella. Quieren ir saltándose todos los semáforos.
Yo esto es lo que entiendo por “distancia”, y si consigo recorrerla, el mérito es no obstante del autor. Siempre.
Así en “Dulce introducción al caos” (Lumen, 2020), la última novela de Marta Orriols, la cual he leído en tránsito por entre calles y terrazas hasta arriba de mascarillas, realmente en esos momentos llanos del día que son los mismos que reflexionan los dos protagonistas de la historia. La vida escapándosenos. A ellos, Marta y Dani, a causa de un embarazo no deseado que pondrá en riesgo una relación en vías de asentarse y revolverá viejas historias familiares. En el subtexto: amor líquido, agotamiento de la fe en el futuro, el papel de la mujer en la sociedad actual.
Con un estilo ambicioso que nunca desborda límites de elegancia, acierta Marta Orriols en buscar la palabra creadora, la palabra que crea y no sólo alude, y acierta en aplicársela a unos protagonistas, así, muy bien radiografiados.