Cuando era más joven me creía aquello de que los empresarios eran personas que arriesgaban su capital con mucho esfuerzo para conseguir beneficios y que los bancos te concedían réditos por dejarles en depósito tus ahorros y tus nóminas. Claro que eran otros tiempos en los que uno tenía más de ingenuidad que de picardía y estaba convencido de que los buenos iban al cielo y los malos al infierno. No hay nada peor que cumplir años para comprobar cómo tus creencias se desmoronan.
Hoy casi nadie se cree eso de que los empresarios arriesgan, al menos, los que tienen un capital más que suficiente para doblarlo en poco tiempo y la mayoría de las personas son partidarias de que se ayude a los emprendedores, siempre que estos devuelvan a la sociedad parte de esos beneficios que obtienen con el apoyo de las instituciones. Cuando menos, en impuestos, que son la mejor forma para redistribuir las riquezas.
Personalmente pienso que sin subvenciones la mayoría de las empresas y sociedades existentes serían inviables. El libre mercado por sí solo no es la panacea, y las ayudas son fundamentales para que una firma comercial pueda seguir funcionando y manteniendo empleos directos e indirectos preservando así la paz social, un bien fundamental en nuestros días. No conozco ninguna sociedad económica que no reciba algún tipo de subvención, bien finalista o para determinadas actuaciones, lo que tampoco tiene porque ser malo.
La competencia sólo es real entre dos empresas del mismo tamaño, porque, al igual que sucede con las personas, no todas nacen en las mismas condiciones y tienen las mismas oportunidades. Por eso, creo que el hecho de que los Estados fomenten la libre competencia para equilibrar las posibles diferencias, no es una mala idea, sino una necesidad palpable. Por eso está bien subvencionar, aunque sin pasarse y con contrapartidas.
En los últimos tiempos se ha puesto de moda la teoría que afirma que si una empresa va mal, la sociedad no va bien y, por tanto, hay que proporcionar a esa firma todos los empujones necesarios para que se enderecen las industrias, la agricultura, el turismo, los servicios y las actividades culturales. Pero esta opinión, que incluso yo, un recalcitrante partidario de la planificación, puedo compartir, no quiere decir que no tengan que rendir cuentas de esos apoyos y devolver lo subvencionado, de una manera o de otra.
El que fuera dirigente del BBVA y ahora presidente de CaixaBank, José Ignacio Goirigolzarri manifestaba hace pocos días que es partidario de un liderazgo que respete a las personas, o lo que es lo mismo, que tenga sentido de lo justo y de lo práctico. Aunque esa declaración es un brindis al sol porque a ver quién es el guapo que se hace líder sin respetar a nadie, parece que se trata de una manera de alcanzar consensos para el disfrute de todos. Ahora bien, el amigo Goirigolzarri debería haber sido antes más sólido en la defensa de su filosofía empresarial, porque volver a la banca después de haberse jubilado en su entidad de siempre, cobrando un pastizal en concepto de indemnización o de bonus, que no me voy a pegar por el nombre, y subirse a un banco público para privatizarlo, es todo lo contrario de un liderazgo respetable, pero, en fin.
Quiero decir con esta cita que a uno no le parece mal que se subvencionen determinadas empresas, pero con contrapartidas suficientes para que el Estado no se considere timado. Por ejemplo, no deslocalizarse después de recibir el maná público ni despedir a los empleados con el dinero aún calentito en el bolsillo, como ha pasado más de dos y de seis veces en nuestro país, sobre todo merced a la proliferación de cazasubvenciones.
También lo digo porque he visto a muchos dirigentes empresariales poner cara de satisfacción cuando obtienen la subvención correspondiente y torcer el morro cuando se le insta a que mantenga toda la plantilla y ofrezca empleos de calidad y con salarios dignos. Es como si algunos creyeran que les pagamos con los impuestos de todos, sólo porque ellos lo valen. Y ya sé que las instituciones europeas son muy partidarias del libre mercado, pero a veces tienen que poner el foco en los que generan plusvalías y no en los que se las quedan.
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