Es muy poco conocida la historia de los soldados estadounidenses que fueron enviados a Rusia en 1918 para combatir a los bolcheviques, una vez concluida la Primera Guerra Mundial. Pero dadas las circunstancias bélicas actuales y la necesidad de recordar viejas experiencias sobre el expansionismo yanqui conviene hacer una referencia, aunque sea somera, a este hecho histórico que pudo haber cambiado el transcurso de los acontecimientos.
Las peticiones de reclutamiento comenzaron antes de que acabara la guerra, pero se mantuvieron en secreto para que no trascendiera en los países que todavía seguían peleando. Los entrenamientos de los aspirantes duraron bastantes meses y aunque incluían combates en terrenos helados nadie pensaba que el objetivo era la estepa rusa. Más bien, todas las miradas estaban puestas en el centro de Europa.
Por aquella época el Gobierno ruso había abandonado la contienda para alcanzar la paz con Alemania, lo que permitía al país del káiser destinar muchos de los soldados a otros lugares, despejado ya el frente de Rusia. Esta circunstancia no gustaba a los estadounidenses que creían que el abandono de los comunistas era un peligro para la victoria en la guerra, aunque los intereses de Washington eran, por lo que se demostró posteriormente, otros.
Tras muchas presiones, el presidente norteamericano de la época Woodrow Wilson aceptó lo que le pedían los poderes fácticos gringos que era intervenir en Rusia e impedir que resultara triunfante la sovietización del país, siguiendo el modelo de la doctrina Monroe: “América para los americanos… y el resto del mundo también”. Así, unos seis mil soldados se unieron a los rusos blancos y a los cosacos para revertir la revolución de Lenin.
La misión yanqui se saldó con un sonoro fracaso. No sólo la fuerza de las tropas bolcheviques era mucho mayor sino que las bajísimas temperaturas del invierno ruso hicieron mella en gran número de voluntarios que acabaron muertos por las balas y por el frío, quedando reducida la presencia militar norteamericana a un número muy inferior al que había partido del país de las barras y las estrellas.
En un principio, las autoridades estadounidenses se hicieron los longuis a las peticiones de repatriación de sus soldados hasta el punto de que muchas de sus cartas con destino a los mandos superiores fueron censuradas cuando planteaban algo tan sencillo como: ¿Cuándo volveremos a casa? Si el asunto trascendió fue como consecuencia de la difusión de algunas de estas misivas y los soldados fueron repatriaos año y medio después de que acabara el conflicto bélico.
Desde entonces, los mandos militares de los Estados Unidos han aprendido la lección y ya no envían militares a Rusia, donde el general Invierno es uno de los mejores estrategas de las tropas dependientes de Moscú. Por eso no han enviado soldados a la guerra de Ucrania, sino que han preferido que sean los propios ucranianos los que se batan el cobre mientras ellos ven los toros desde la barrera y obtienen importantes beneficios económicos.
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