Un gobierno de enemigos íntimos

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Yolanda Díaz y Nadia Calviño conversan en el Palacio de la Moncloa. Fotografía: Javier Lizón.
Yolanda Díaz y Nadia Calviño conversan en el Palacio de la Moncloa. Fotografía: Javier Lizón.

La ilusión de los poderes fácticos españoles es contemplar y, si acaso, imaginar a la izquierda totalmente dividida y enfrentada entre sí para dejar el camino expedito a la derecha y que esta gobierne per saecula saeculorum sin tener que someterse al escrutinio de las urnas cada cuatro años. Y si puede ser verdad que las organizaciones progresistas no siempre están en buena sintonía también es cierto que muchas de las acusaciones que se profieren desde los bancos de los magnates financieros son más deseos que certezas.

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En realidad no es tan malo que haya disensiones entre las formaciones de la izquierda, porque son producto de culturas políticas diferentes, pero también porque ante un problema concreto existen soluciones distintas en función del enunciado de cada grupo. Hay pequeñas discrepancias entre las familias mejor avenidas y, por tanto, parece razonable que entre personas de distinta procedencia también las haya. Si una pareja tiene discusiones, cómo no las va a tener un partido político con otro o uno mismo entre sí.

Desde el minuto cero en que se anunció que el PSOE y Unidas Podemos llegaban a un acuerdo para formar gobierno y aparcar algunas hondas diferencias que existían entre ambas organizaciones se puso en marcha una campaña para tratar de convencer a la opinión pública de que las reuniones del Consejo de Ministros eran una jaula de grillos y que era imposible que ese pacto pudiera llegar a buen fin. Pues parece que andan juntos todavía, a pesar de que puede (y debe) haber discrepancias.

Si el PSOE tiene una tradición política, Unidas Podemos tiene otra (o varias), por lo que no debería extrañar a nadie que en ocasiones choquen porque su relato y sus propuestas salgan adelante. Si no hubiera diferencias ni posiciones contrapuestas en algunos casos, serían un mismo partido. Pero son dos organizaciones distintas que por vez primera se sientan juntas en el Consejo de Ministros. Como experiencia no parece demasiado frustrante.

Pero no sólo tiene su lógica que aborden cuestiones desde puntos de vista separados sino que desde ciertos medios de comunicación se exageran las divisiones y cada cinco minutos apuntan al fin del Gobierno y a la convocatoria de elecciones anticipadas. Ya ves, piano, piano, llevan ya más de la mitad de la legislatura y todo indica que llegarán al fin de sus días.

Claro que existen diferencias de calado, como por ejemplo la política de defensa y la guerra de Ucrania. Pero ese fue un tema sobrevenido que no va a empañar las mejoras que ambos pretenden para los trabajadores y los sectores más vulnerables. La OTAN forma parte del mensaje del PSOE y Unidas Podemos desde su origen se ha mostrado muy crítica con esa alianza, que en los últimos tiempos ha mostrado su cara más belicosa.

Pablo Iglesias contra Pedro Sánchez; Yolanda Díaz contra Nadia Calviño; Irene Montero contra Carmen Calvo y Alberto Garzón frente a Fernando Grande-Marlaska. Ese ha sido el constaste runrún con el que nos han deleitado un día sí y otro también los portavoces de las distintas derechas de este país. Y no digo que sea falso. Digo que no han repercutido para nada en la política diaria del Ejecutivo. Inventarse la desunión puede ser una estrategia adecuada en un momento determinado, pero esta vez los separadores de la izquierda no han tenido mucho éxito. Por ahora.

No es la primera vez ni será la última que se oyen entre el ruido de la furia mediática y los intereses de los ciudadanos toda una serie de profecías sobre el futuro de la izquierda que acabaría como el rosario de la aurora. Ya se produjo cuando gobernó José Luis Rodríguez Zapatero, a quien los macarras de la moral le recriminaban que no fuera tan estadista como Felipe González, al que le brearon de lo lindo durante todos sus gobiernos. Y, claro, mucho más cuando apareció Pedro Sánchez con políticas de izquierda que tanta fiebre levanta entre nuestros más preclaros conservadores. Es lo que tiene estar en un gobierno de enemigos íntimos.

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