Adiós a la parafernalia franquista

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Una joven ante la entrada de basílica del Valle de los Caídos. Fotografía: Sebastián Mariscal.
Una joven ante la entrada de basílica del Valle de los Caídos. Fotografía: Sebastián Mariscal.

El franquismo ha entonado su canto del cisne en Cuelgamuros pocos días después de haberse aprobado la Ley de Memoria Democrática, que pone fin a las actividades de lo que hasta ahora era el Valle de los Caídos y que los ultraderechistas conmemoraron con una misa en honor al golpista Francisco Franco coincidiendo con el 18 de julio, con la presencia del arzobispo de Madrid José Antonio Martínez Camino.

Dice la leyenda que antes de morir el cisne recita una canción con la que se despide de este mundo y es una melodía suave y ligera que le prepara para irse al otro mundo. Al igual que la estilosa ánade la ideología totalitaria que envenenó España durante más de cuarenta años ha decidido decir adiós en lo que fue su sanctasanctórum.

A partir de ahora, gracias a la Ley de Memoria Democrática aprobada, ni el Valle de los Caídos se llamará igual, porque se denominará con su nombre natural, Cuelgamuros; estarán prohibidas las charlotadas franquistas en honor a los muertos del bando sublevado y los benedictinos falangistas ya no se encargarán de velar por el monumento, porque se les ha desahuciado con la nueva normativa.

Por eso en su ritual de despedida, el 18 de julio se alzaron los brazos de los más antidemócratas de nuestro país para ensalzar la gesta de un dictador y un grupo de militares y se pusieron cinco rosas en la tumba de José Antonio Primo de Rivera, la única que contiene el cadáver de un golpista, porque la de Franco está vacía desde que lo exiliaron fuera del Valle. Todo ello, aderezado con una misa preconciliar y alguna que otra reclamación extemporánea.

Es curioso que en esta ceremonia participara el arzobispo de Madrid, que ha decidido echar por tierra su carrera eclesial situándose al lado de los facciosos. Enfrentado al cardenal Carlos Osoro, que cuenta con el aval del Papa Francisco, Martínez Camino debió pensar que sólo le queda aliarse con los fantoches del pasado, a ver si en algún momento le pueden nombrar vicario general castrense.

Ahora sólo queda desarrollar bien la ley, adecuar el monumento a los estándares democráticos y olvidarse de los caídos por Dios y por la Patria, a los que ya se les ha dorado la píldora bastante, y Cuelgamuros será un lugar para recordar la historia de la libertad. Adiós a las parafernalias franquistas.

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