
No soy un experto en personajes de la prensa del corazón y del papel cuché, pero tampoco ese mundo es absolutamente desconocido para mí, porque aunque trates de obviar la información que procede del cotilleo, las constantes alusiones en prensa, radio y televisión, incluso en la más seria, te permite tener cierta idea cabal de lo que sucede en el universo rosa y de los personajes que viven (y muy bien) de ciertas exclusivas.
El cotilleo siempre existió y fue el modo en el que la clase dominante envenenaba a nuestras abuelas —la mujer como reproductora de la ideología hegemónica— para despertar en ellas más interés en los actores y las actrices y en sus amores y desamores que en lo que realmente importaba que era la situación de los currantes y las leyes que impedían gozar de la libertad y de la fraternidad.
En principio fue la revista ¡Hola!, donde la elegancia de las élites nobles y de los príncipes y princesas de medio mundo causaban la admiración y la envidia del pueblo llano español, hasta el punto de que en algunos casos se suscitaba entre las clases populares cierto mimetismo con la vida de esta gente y sus sinsabores eran los nuestros, aunque con una cuenta corriente más efímera y un lujo que se limitaba a estrenar el Domingo de Ramos. A la revista de la familia Sánchez Junco, tantos años dirigida por Jaime Peñafiel, se sumarían otras de un cariz muy similar como Lecturas, Semana y algún que otro etcétera.
Muy pronto la aparente democratización de este tipo de semanarios, coincidiendo con el asentamiento constitucional, supuso la aparición de otras revistas que presentaban un carácter más desenfadado y que daban el pego del igualitarismo social, lo que adicionado a la aparición en televisión de programas del corazón hizo incrementar la popularidad y la vulgarización de este modelo de prensa que servía a los mismos objetivos que al inicio.
Todo el mundo conoce a los ídolos actuales del cotillero español, desde Belén Esteban hasta Kiko Matamoros o María Patiño, como conoció en su día a la princesa Soraya, al marqués de Villaverde y a otros cuantos famosos de medio pelo que rellenaban las páginas del cuore para deglutir sin molestias ciertas historias en tiempos supuestamente ejemplares de Mary Francis. Los destinatarios de este tipo de artículos eran personas de baja extraccion social (es verdad que algún intelectualillo de pose epatante se sumó al carro) y en especial mujeres sin apenas estudios a las que se les entregaba este tipo de prensa mientras que a sus maridos se les doraba la píldora con los rotativos deportivos.
Pero hete aquí que de un tiempo a esta parte ciertos gurús de la prensa rosa en colaboración con las marmotas de las mañanas en las radios y televisiones privadas han optado por politizar sin rubor el cotilleo y han orientado a los consumidores de esta mercancía a despreciar a la izquierda y abrazar los cánones de nuestra derecha tradicional PP y Vox, incitando al discurso del odio contra la llamada izquierda radical, personificada en mujeres que supuestamente originan repugnancia entre las amas de casa como Irene Montero, Adriana Lastra o Yolanda Díaz, despreciando su titulación universitaria y degradándolas a la condición de cajeras, limpiadoras o hembras sin bachiller como si esto fuera un pecado.
Ahí aparecieron Susanna Griso, Ana Rosa Quintana, Carlos Herrera y otros funambulistas de la información para perseguir y señalar todo aquello que no estuviera dentro del orden establecido como pernicioso para la democracia, la salud y la estabilidad del país. Es curioso que tras unas manifestaciones de Jorge Javier Vázquez —símbolo del amarillismo de la prensa— defendiendo a los políticos de la izquierda, la caverna mediática saliera en tromba a llamarle de todo menos bonito.
Si alguna vez leéis las informaciones rosas del diario El Mundo, que aparecen los sábados en el suplemento LOC (La Otra Crónica), observaréis el carácter partidista y ultraderechista de las informaciones, destacando el abnegado papel de los hombres y mujeres de nuestro conservadurismo y detestando las formas de actuación de los hombres y las mujeres de la izquierda española (o incluso de la derecha que no comulga con ruedas de molino). Se trata, básicamente, de orientar el voto de los lectores hacia la oposición más ultra. No es casualidad que este suplemento esté coordinado por una persona que siempre hizo gala de sus veleidades fascistas.
Me parece un salto cualitativo interesante este despliegue ultrapartidista de nuestra prensa rosa para que no se escape ni un voto hacia los postulados de la izquierda, porque es tal el miedo a que los socialistas vuelvan a salir elegidos en las próximas elecciones legislativas que ya no vale sólo embrutecer a las masas sino que hay que adoctrinarlas. Permanezcamos atentos a los papeles y a las pantallas.