¡Ay! Jaime Peñafiel. Qué gran actor de revista se ha perdido contigo y qué vedette podrías haber sido si no tuvieras tanta vanidad en tus venas. Te imagino como el Don Hilarión de “La verbena de la Paloma” con una rubia a un brazo y una morena al otro que, si por ti fuera, te dejarías acompañar por Cayetana Álvarez de Toledo, la rubia, y por Isabel Díaz Ayuso, la morena.
Pero no. Este hombre que afirma que vale más por lo que calla que por lo que dice y que nos deja en suspense, porque decir ha dicho cosas poco importantes en su carrera periodística, esperemos que tenga secretos inconfesables.
Lo que más gracia me hace de Peñafiel es que se crea una vaca sagrada del periodismo (y a lo mejor todavía lo es) porque ha convivido en bodas, banquetes y entierros con lo más granado de la nobleza mundial tan sólo para contar lo chupiguay que son y lo que les admira el mundo entero.
Odia visceralmente a la reina Letizia por no ser de cuna real y haberse casado con el heredero al trono de España siendo la nieta de un taxista y la desprecia en sus escritos cada vez que puede porque no la traga y se lo sugiere Juan Carlos I, a quien venera y le rinde sumisión eterna. «Más que monárquico, soy juancarlista», proclama cada vez que puede.
En su condición de hombre de paja del emérito, Jaime Peñafiel se permite exigir la dimisión de Felipe VI por no permitir que su predecesor viva en España a cuerpo de rey y derrochando el dinero que robó y fornicando con las pelanduscas que se ponen a tiro.
Sostiene Peñafiel que eso no se le hace al emérito porque antes que nada es padre y eso se respeta. Y lo dice tan pancho el mismo personaje que obvió sus responsabilidades como tal con su hija drogadicta.
En su delirio, este señor reclama que Juan Carlos I regrese cuanto antes y se permite reivindicar la dimisión del actual rey y de un asesor de Zarzuela que convino con él el exilio de España en 2014 en lo que el cronista de la alta sociedad entiende como una nefasta decisión.
Hay personajes de la vida pública de este país a los que se les va la olla cuando ya nadie les hace mucho caso y avanzan sin remedio por la edad provecta. Y claro, no tienen filtros para pedir otra vez unos minutos de gloria.
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