El conflicto en Ucrania se puede sintetizar más o menos así: Rusia invade el país para evitar la instalación de bases de la OTAN al lado de sus fronteras; Estados Unidos sanciona a Rusia por la invasión y Europa, especialmente Alemania, sufre las consecuencias hasta el punto de que bordea la recesión sólo unos meses después de que liderara el escalafón continental de las naciones con mayor índice de crecimiento económico.
La revista mensual Le Monde diplomatique, en su número de julio de 2022, encabeza su portada con el reportaje “¿A quién beneficia la crisis del gas?”, que debería ser de lectura obligatoria para quien quiera conocer más de las consecuencias de las sanciones a Moscú y de las consecuencias de este tipo de castigos que según parece no le hacen demasiada mella a los rusos. Estados Unidos y en especial sus empresas gasísticas están haciendo el agosto porque tienen vía libre para cobrar el precio del producto como les salga de la entrepierna al mercado y Europa padece las consecuencias de una decisión poco medida por la OTAN, aunque a lo mejor la Alianza Atlántica era justo lo que quería.
En el citado artículo al que hago referencia se pone de manifiesto algo que la comunidad internacional ya sabía o al menos sospechaba: que Rusia ha vendido a China, a Asia y en menor medida a África la mayor parte del gas y del petróleo destinado a Europa. Incluso un país tal aliadófilo como Japón está colaborando con las autoridades moscovitas en la consecución de gas en sus costas.
En cambio, las naciones más cercanas a Rusia que siguen los dictados de la OTAN se están quedando sin gas, no sólo porque incide el efecto de las sanciones sino porque rechazan pagarlo en rublos, la moneda oficial rusa. Por si fuera poco Gazprom, la empresa gasística bandera de Rusia, le ha cortado el gas a varias naciones que sufren los efectos de la situación. Y si esta se estanca y la guerra dura hasta el invierno pasarán más frío que las tropas de la División Azul en la batalla de Stalingrado.
Luego está la variante alemana. A pesar de tener dos gasoductos que le podrían llevar la energía directamente de Rusia sin pasar por Ucrania, Alemania se ha sacrificado en aras de una unidad europea y corre el riesgo de sufrir un incremento en el coste de la vida absolutamente desproporcionado, lo que ha provocado varios enfrentamientos en el seno del Gobierno tripartito germano y un cabreo generalizado en la población.
Es curioso que el ministro de Economía y Protección del Clima, Robert Habeck, que pertenece al partido de Los Verdes, es el más furibundo partidario del mantenimiento de las sanciones, aunque le cueste un riñón a su país. Se da la circunstancia de que esta organización que en su día era la cara visible de la lucha a favor del medioambiente ha evolucionado, desde los tiempos en los que Joschka Fischer era ministro de Relaciones Exteriores, hacia posiciones tan atlantistas que hoy sus actuaciones suponen un paso atrás cualitativo en la batalla contra el cambio climático. ¡Ay!, si Petra Kelly, ecologista de primera hora, levantara la cabeza…
Nadie en Alemania, ni siquiera en Europa, da un duro por la supervivencia del crecimiento alemán. Por esa razón, el responsable de Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la UE, el español Josep Borrell, insultando la inteligencia de los países de la zona, incluso la suya propia, está planteando que el resto de naciones de la Unión sean solidarias con Alemania y aporten más por el precio del gas. No parece que la trayectoria política del que fuera líder posfelipista vaya a jalonarse con un éxito de envergadura, sino que, muy al contrario, va a estrellarse con su soberbia.
Y, por supuesto, a Estados Unidos, que ve los todos desde la barrera, el decrecimiento alemán le importa un rábano mientras que sus transnacionales gasísticas y petroleras sigan recaudando dinero como churros y el resto del mundo se mese los cabellos ante tan poco y prometedor futuro que les espera. Lo que sucede es que si los germanos reaccionan, la guerra de Ucrania podría terminar mucho antes de lo que los yanquis quisieran. Pero amiguitos, Angela Merkel está ya jubilada y el supuesto socialdemócrata Otto Scholz no vale ni para alcalde de Coaña.
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