El modelo de gestión migratoria

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Refugiados llegan a la isla de Lesbos tras cruzar el mar Egeo desde Turquía. Fotografía: Achilleas Zavallis.
Refugiados llegan a la isla de Lesbos tras cruzar el mar Egeo desde Turquía. Fotografía: Achilleas Zavallis.

Aunque la Unión Europea debería tener homologada de forma homogénea su política migratoria, en realidad el modelo se escapa a la uniformidad y cada país hace de su capa un sayo, puesto que la gestión de las fronteras nacionales es un tema demasiado sensible y se dan casos de países que repudian cualquier entrada de personas de fuera de la UE y otros que son más comprensivos, pese a que en los últimos tiempos se ha producido una cadena de restricciones en lo que se ha dado en llamar la política de migraciones.

La Europa de los ciudadanos no es tal para los habitantes de muchos de sus países miembros, pues la supuesta zona territorial generosa con los refugiados y con las personas que huyen de guerras, conflictos o dictaduras, se ha mutado en una fortaleza que actúa como un cedazo casi insalvable con escasas posibilidades de sortear, a pesar de que los exteriores de la UE son lugares donde se agolpan muchos huidos del mundo entero.

Es curioso que, a pesar de todo, los inmigrantes sin papeles logran colarse por los distintos agujeros que se producen en Europa y esa cuestión es aprovechada por los empresarios sin escrúpulos de algunos países miembros para contratar personal que no tiene posibilidades de exigir derechos y ejercer su papel como ciudadanos libres. Los datos apuntan a Reino Unido, el país que antes del Brexit ejercía las mayores cuotas de contratación ilegal. Supongo que ahora que no tiene que dar explicaciones a nadie, sigue con esa misma práctica detestable.

Pero no es sólo el Reino Unido el país donde se producen abusos sobre los inmigrantes, aunque quizá lo que más se estila es la cerrazón total a la llegada de nuevos extranjeros. En este contexto, Polonia y Hungría son las naciones más opacas para los ciudadanos que quieren entrar en su territorio, hasta el punto de que tienen componentes xenófobos. Es bien conocida la negativa tajante de Budapest a aceptar su cuota de refugiados sirios que había dictaminado la Unión Europea como consecuencia de la decisión de su comisión directiva. También Polonia anduvo remolona a la hora de asumir el porcentaje que le correspondía y en España, cuando gobernaba Mariano Rajoy el número de acogidos fue mínimo. Tuvo que llegar a La Moncloa Pedro Sánchez para que se acelerara la recepción de personas extracomunitarias.

Sin embargo, no todo en España reluce como si fuera oro. En los últimos tiempos y en contra de las decisiones judiciales, nuestro país ha repatriado a territorios norteafricanos a muchos menores no acompañados sin los preceptivos pasos legales a seguir. A pesar de las protestas de organizaciones no gubernamentales, el Ministerio del Interior se ha hecho el sueco y su titular, Fernando Grande-Marlaska, silbaba y miraba para otro lado cuando en el Parlamento los partidos de la izquierda le reprochaban esta actitud.

Parece, además, que muchos países hacen diferencias entre unos refugiados y otros. Los sirios, afganos e iraquíes eran recibidos de forma más hostil que los eslavos. Ahora son los ucranianos los que son recibidos con los brazos abiertos en la mayoría de la UE, por la simpatía que concitan por la guerra o quizá para castigar a los rusos. Parece normal que cualquier ser humano que escape de la guerra sea recibido con hospitalidad en la zona, pero conviene decir que nadie es más refugiado que nadie por el color de su piel o su procedencia.

Pese a todo, hay algunos datos alarmantes. Hace pocos días en la República Checa se produjo una masiva movilización contra la presencia de refugiados ucranianos en su territorio, si bien algunos analistas consideran que el rechazo es más un temor al desabastecimiento de gas y petróleo, procedente de Rusia, ahora que el verano se acaba y empieza el frío inverno.

En las reacciones viscerales contra los inmigrantes hay más miedo que otra cosa y sobre todo, poco raciocinio. De ahí surgen movimientos xenófobos que en Europa no nos podemos permitir, por lo que es prioritario reglar un modelo migratorio lo más generoso posible. Todavía me escuecen los ojos cuando recuerdo la imagen de aquella periodista húngara de televisión poniéndole la zancadilla a un refugiado árabe, procedente de Bielorrusia. Eso repugna la razón.

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