Estos días se ha blanqueado mucho a Tamara Falcó. La prensa se ha servido del engaño del prometido para que nos riamos con sus ocurrencias, con esa “ingenuidad” de la que hace gala (ingenuidad que es más falsa que un duro de madera), para que veamos la cantidad de amigos modernos y guais que tiene. Pero la realidad de Tamara Falcó es la que se vivió este fin de semana, la tipa estuvo en un foro de la familia en México. Un foro ultracatólico. Entre las perlas que soltó la que más me gusta es la de que el mal se esconde en la homosexualidad.
Mira, la verdad es que casi me alegro. Porque si el bien lo representan un puñado de señores y señoras ultras, casi que prefiero el mal. Esto me lleva a pensar que vivimos en una sociedad donde no hay compromiso con nada. No lo hay, no existe. Todo es relativo hasta el punto de justificar y blanquear a una tipa que es una homófoba de tomo y lomo. Además de machista, por supuesto.
Yo no me creo mejor que nadie, ni soy más que nadie, ni tengo una moralidad más elevada que nadie, pero lo que tengo claro es que jamás podría tener una amiga que defendiera abiertamente el machismo, la homofobia o el racismo. No podría. Me da igual lo divertida que fuera, lo que me hiciera reír. Es que me da igual, poque la vería y sólo podría pensar que esa persona odia a quien no entra en su estrecha visión del mundo.
Tamara Falcó es reaccionaria, homófoba y clasista, además de ser una tipa insoportable. Y blanquear su figura, ponerla en horario de máxima audiencia a decir bobadas mientras Nuria Roca, el infumable del marido (que no recuerdo cómo se llama ni me importa) o Cristina Pardo le ríen las gracias, es hacer tolerable lo que esa tipa defiende. Es condenar al sufrimiento a cientos de personas que somos expulsadas a los márgenes, a las que se nos niega el derecho a llamarnos “familias”, puesto que familia sólo es lo que diga la Iglesia católica, el Opus Dei y sus secuaces.
Es posible que yo no lo vea, pero sé que un día la Iglesia tragará, oficiará bodas entre homosexuales y pedirá perdón por estos años de homofobia, porque será eso o convertirse en un ente residual sin el más mínimo interés. Y espero que en ese momento, mi hija o mis nietas o quien quiera que esté de mis descendientes, ni olviden ni perdonen el dolor, el sufrimiento y el odio predicado en este mundo.
Y con respecto a Tamara Falcó, lo único que le deseo a ella y a su familia es lo mismo que ella le desea a mi familia y a mí. Ella y quienes piensan como ella sí son el mal, el de verdad, el que representa todo aquello que hace que la vida sea más difícil, más triste y más gris para gente que lo único que deseamos es que nos dejen vivir en paz.
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