Una clienta del bar donde suelo disfrutar de mis vinitos y que en ocasiones compartimos barra, aunque casi nunca nos dirigimos la palabra, salvo los saludos protocolarios, porque está absorta consultando en su teléfono móvil los sucesos del día y los últimos amores y desamores de la gente guapa, me espeta, casi sin darme tiempo a saludar, lo apenada que está por la ruptura de la relación entre Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, a la vez que me desgrana con pulcritud periodística las diferentes versiones que circulan por las redes sociales acerca del distanciamiento.

Al parecer, las hostilidades las inició la famosa filipina, quien desveló a la revista ¡Hola! que la relación se acababa porque el literato es un hombre muy celoso, pero, lo que dicen otras fuentes es que esa causa no es real, sino que el autor de “Conversaciones en La Catedral” se había negado por tres veces a contraer matrimonio, como le reclamaba ella porque no quería ser la amante de un escritor sino su esposa.

A este que escribe no le convence ni una cuestión ni la otra, aunque sospecho que los problemas económicos tienen algo que ver con el asunto y la madre de Tamara Falcó no recibiría tanto dinero como la exesposa del Nobel de Literatura, porque el matrimonio con su prima Patricia Llosa Urquidi aún no está deshecho en Perú, según afirman algunas otras personas que saben algo de la historia.

Lo bueno de esta ruptura es que nadie se queda a dos velas, porque la pareja tiene posibles y puede salir de la situación sin que se deteriore su cuenta corriente. Mario puede seguir escribiendo libros e Isabel convenciéndonos para que nos atiborremos de Ferrero Rocher. Si después rehacen sus vidas, ya me lo contará mi compañera de barra.

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