Comoquiera que España no dispone de una política exterior autónoma, sino que ha encargado su estrategia externa a otros países como Estados Unidos o a la propia OTAN, con las diferencias sobre las relaciones diplomáticas que se pueden derivar de un conjunto de intereses distantes, algunas de las consideraciones que el Gobierno español ha puesto en marcha en los últimos tiempos han causado profunda decepción entre nuestros aliados naturales y han abocado a la política externa del país a verse arrastrada a decisiones que contradicen su forma de ver el mundo.
Este alquiler de las relaciones internacionales por el que ha optado España en los actuales tiempos democráticos no es privativo del PSOE, sino que también el PP ha preferido la comodidad de no perturbar los deseos de la superpotencia occidental y de sus gendarmes en el globo terráqueo y para dolor de las preferencias españolas, lo mismo daba Aznar con su guerra de Irak y las armas de destrucción masiva, que Rajoy con su derogación de la justicia universal, que Pedro Sánchez con su acrítica colaboración en la guerra de Ucrania o con la asunción de las tesis de Marruecos en el asunto del Sáhara Occidental.
El principal causante de este desistimiento de la política exterior española fue Felipe González, que prefirió seguir los consejos de su amado maestro y jefe de espías Henry Kissinger que le instó a ponerse al servicio de Estados Unidos a través de la OTAN para lo que fuera menester. Hay que reconocer que el viejo “Isidoro” fue lo suficientemente inteligente como para involucrar a la mayoría de los españoles en sus tomas de decisiones y logró vencer en un referéndum complicado la resistencia de más de un 45% de compatriotas que propugnaban la neutralidad activa de España. Pero los pacifistas perdimos y nuestra nación ingresó en la Alianza Atlántica, al principio sin integrarnos en la estructura militar, pero después, como quien no quiere la cosa, ahí estamos, lo que apenas tuvo contestación entre los ciudadanos porque es como si le pegaran un tiro de gracia a un fusilado.
Esta dejación de funciones española ha originado la enorme amargura que sienten los todavía españoles del Sáhara Occidental cuando el Gobierno de Pedro Sánchez dio por buenas las tesis marroquíes sobre el antiguo protectorado español, sin encomendarse al propio derecho internacional o a sus obligaciones como potencia administradora del territorio. España se sometió al permanente chantaje alauita, alentado por Estados Unidos y Francia, en contra, además, de otro socio estratégico como es Argelia. Pero el que quiere ser un esclavo lo es, aunque lo pongan en libertad.
Los saharauis lamentan que mientras en Ucrania el Gobierno español se ha puesto del lado de Kiev aduciendo el argumento de la agresión militar, dejan en la estacada a sus compatriotas del desierto maltratados y sin que se cumplan las resoluciones de la ONU más de cuarenta años, aceptando la presión para no conceder asilo político a muchos luchadores del Frente Polisario, mientras que se abren las puertas de par en par a los ucranianos que huyen de su país a causa del conflicto bélico.
Lo demencial de esta historia de traiciones por parte de Pedro Sánchez es que haya aceptado destituir a la entonces ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, y sustituirla por el oscuro José Manuel Albares, como consecuencia de haber permitido que el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, se tratara en un hospital español de su enfermedad por coronavirus.
A la rabieta de Mohamed VI hay que sumar la estupidez de la derecha española tanto política como judicial que hicieron causa común con Marruecos contra España solamente para tratar de erosionar al Gobierno de izquierdas. La jugada les salió aparentemente mal, pero puso la semillita para el reconocimiento posterior de los intereses espurios de Rabat.
A raíz del XVI Congreso del Frente Polisario que acaba de celebrarse estos días, se ha puesto de manifiesto la determinación del Sáhara de no rendirse y de intensificar la lucha armada contra el país alauita que complica mucho la vida del pueblo nómada, pero que no imposibilita su victoria, porque de hecho la resolución de un referéndum propiciada por Naciones Unidas se produjo por el triunfo de los soldados saharauis contra las milicias marroquíes, A ver qué va a hacer el PSOE (y el PP) cuando la guerra se traslade a las mismísimas puertas del país. Menudo papelón.
Aunque es harina de otro costal, queda en el inconsciente colectivo la doble moral del Gobierno de España en la acogida de refugiados de países en guerra. La abundante concesión de asilo de ucranianos (que no hay nada que oponer, porque a todos los que huyen de una guerra hay que protegerlos) contrasta con la inexistente aceptación de sirios, yemeníes o kurdos, que sufren idénticas represiones pero que no tienen la piel tan blanquita como los súbditos de Volodímir Zelenski. ¿Puede haber algo de racismo en esta actitud o sólo conveniencia política?
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