
Alejada de los paisajes idílicos tan propios de esta tierra, hay una Asturias que fuera de nuestros límites territoriales es mucho menos conocida. Es la Asturias del fin de la minería y el declive industrial, la de los pozos cerrados y las fábricas abandonadas, la del desempleo y el desencanto, la de la corrupción y el clientelismo.
En “Infiesto”, la nueva película del director y guionista Patxi Amezcua (Pamplona, 1968) que se estrenó en Netflix el pasado 3 de febrero, se vislumbra, más allá del thriller policíaco, un retrato descarnado, lleno de oscuridad y tristeza, de esa Asturias. No es bonito ni fácil de digerir, pero es real, tanto que duele.
Formo parte de una generación que vivió en su infancia el auge de nuestros pueblos y pasó la juventud viendo su decadencia. Muchos tuvieron que irse, otros, por lo que fuera, optaron por quedarse. Yo soy de los que sigue aquí y no me resigno a ver mi tierra morir, al contrario, seguiré peleando en busca de un nuevo modelo que traiga empleo digno, estable y de calidad, que la revitalice y la haga atractiva para vivir. ¿Por qué? Porque, con lo bueno y con lo malo, amo mi tierra.
Ocurre que en ocasiones uno pierde la perspectiva y no llega a ser consciente de cómo nos ven desde fuera. Bocados de realidad como los que me ha dado “Infiesto” vienen muy bien para no olvidar nuestro objetivo.