Lo que subyace tras la inflación

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Pablo Hernández de Cos actual gobernador del Banco de España. Fotografía de archivo.

El mejor artículo que leí en los últimos tiempos sobre la inflación lo escribió hace ya bastantes meses el economista Paul Krugman, que recibió el premio Nobel en esa disciplina hace quince años y que desmonta todas las teorías de la derecha neoliberal sobre los efectos que el alza de los precios tiene sobre la economía y los mercados de los países afectados. Este profesor que es considerado como un seguidor de la teoría de Keynes estima que el argumento de que un elevado IPC perjudica a los pobres sobre todo no tiene muchas agarraderas porque es mucho peor la recesión y el paro.

A raíz de la subida de precios en toda Europa como consecuencia del incremento del empleo y de la mejora de las condiciones laborales de los españoles, se puso en marcha una campaña para derivar hacia los postulados de la izquierda la responsabilidad sobre la escalada del IPC y de la inflación, aunque la puesta en marcha de las medidas para controlar la desbocada subida de lo que cuestan los productos de primera necesidad logró frenar buena parte de este alza, sigue en parámetros que no se alcanzaban desde hacía muchos años, precisamente en épocas de desaceleración.

Las causas de las elevadas subidas de los precios son diversas, algunos atribuyen este incremento a los beneficios empresariales (Krugman lo insinúa en sus escritos) y otros a la posibilidad de gasto que tienen los ciudadanos como consecuencia de la mejora de los salarios y de la creación de puestos de trabajo que permite a las personas con menos recursos dedicar una parte de sus ingresos al consumo. Personalmente, no tengo los elementos de juicio precisos para inclinarme por una u otra teoría, si bien las impresiones del Nobel de Economía que se destaca por ser contrario a las tesis neoliberales, me resultan más atractivas.

Lo que sí considero una temeridad es demonizar la inflación de la manera que hacen ciertos gurúes vinculados a entidades financieras o a think tanks que divulgan posiciones de los sectores menos avanzados de nuestra economía y que, además, casi suspiran por la recesión económica, que se produce cuando no hay empleo o este es muy reducido y los ciudadanos tienen menos recursos para gastar. Esto supone que las rentas más altas disponen de medios suficientes para atesorar más riqueza.
Cuando se empezaron a medir los índices de precios al consumo se reflejaban los productos que eran objeto de evaluación, se cifraba en el porcentaje de incremento lo que evolucionaba la cesta de la compra, sin otras medidas adicionales que subrayaran aquellas otras variables que pudieran hacer subir o descender la inflación en un determinado período. Ahora alguien ha descubierto la pólvora de medir o lo que se ha venido a llamar la inflación subyacente.

Lo que subyace detrás de esta forma de abordar la inflación es tratar de hacernos creer que los precios al consumo son más elevados de lo que afirman los parámetros oficiales, sobre todo porque si un gobierno de izquierdas presenta unos números inflacionarios por debajo de su entorno, a los creadores de opinión pública más cercanos a los mercados les entra el canguelo y buscan fórmulas para envolver los datos. De ahí viene lo de inflación subyacente, como la matraca que nos dieron con los fijos discontinuos a raíz de la derogación de la reforma laboral, una manera muy sutil de envenenar el acierto legislativo.

Pues bien, de una forma u otra este gobierno de coalición que está ahora al mando del país ha conseguido tener la inflación más baja de Europa, con medidas lo suficientemente potentes como para causar cierta admiración en su entorno, a pesar de los agoreros y de los que critican todo lo que hace un ejecutivo que no han votado. Eso es lo que subyace tras la inflación.

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