
Resulta curioso que dos de las producciones con mayor número de candidaturas a los Premios Goya 2023, compartiesen, además de haber sido rodadas íntegramente en lengua cooficial y localizadas en el medio rural, el conflicto local con las grandes compañías energéticas.
Argumento del cual se están sirviendo ciertos sectores contrarios a la transición ecológica para desacreditar con brocha gorda a las renovables en general. No seré yo quien salga a defender a Goliat, pues desde mis limitaciones, que son muchas al respecto, soy capaz de reconocer la utilización-degradación de vastos territorios, la implantación de tendido eléctrico, los daños provocados a la fauna silvestre y a la flora, e incluso las emisiones acústicas y el impacto visual, pero ¿cuál es la alternativa?
¿Construimos más presas?, ¿más minas soterradas o a cielo abierto?, ¿levantamos más centrales nucleares?, ¿nos plegamos a Rusia o a Oriente Medio?, ¿nos quedamos donde estamos?
Podría enumerar los daños irreparables que ha provocado el desarrollo feroz del Plan Hidrológico Nacional, con sus presas en España; el embalse sistemático ha matado directamente a nuestros ríos. Las minas han hecho lo propio con las montañas. Y supongo que no hará falta señalar el peligro que supone vivir cerca de una central nuclear; y cuando digo cerca, hablo de cientos de kilómetros. Pone el vello de punta.
Cuesta hablar de muerte y devastación cuando estas industrias extractivas han llevado la “vida” a las comarcas que las albergaron en su día, por eso es un tema muy jugoso y tramposo en el que intento no caer, pero, ¿se puede hablar de prosperidad humana pese a la muerte de los ecosistemas que los humanos colonizamos?
Creo que ahí reside el primer error; no debemos disociarnos de la naturaleza en tanto somos parte integrante de ella, lo que me lleva a visualizar el mítico cartel publicitario anunciando a pie de carretera la próxima construcción de adosados en los terrenos que hoy ocupa un frondoso bosque caducifolio bajo el lema “Damos vida al bosque”. Y sí, dice la verdad. Llenarán el bosque de vidas humanas; acabando con todas las demás.
No dejo de preguntarme de dónde salió la energía que sendas productoras consumieron para desarrollar las películas, trasladar hasta la zona a sus equipos, materializarlas en los estudios, distribuirlas; pero estando de acuerdo con el carácter noble del mensaje y el necesario debate que generan, creo que faltó confrontar la eólica y la solar al resto, sin maniqueísmos que diesen a entender que únicamente existen dos opciones; o bien continuar con las antiguas, las de las fuentes finitas, las de los combustibles fósiles o bien instaurar las renovables arrasando con los ecosistemas y las comunidades que las acogen.
Pues hasta donde tú y yo sabemos, las cosas pueden hacerse fatal, mal, regular, bien o impecablemente. Todo depende de la voluntad que se ponga en ello.
En el caso de “Alcarràs”, Carla Simón y Arnau Vilaró quizás podrían haberse esforzado un poco más en señalar inequívocamente al malo de la película, que bien podría ser esa burocracia indecente que no respeta un acuerdo sellado a la antigua usanza o el heredero urbanita que ejecuta con desdén y avaricia su herencia, y no confundir a la gente para que compre el peligroso mensaje negacionista del cambio climático, anti Agenda 2030 o antiecologismo.
Menos mal que Abascal y los suyos no son de ir al cine, salvo para ver americanadas, claro, pues como todas sabemos, el cine español está según estos, ideologizado; ya no digo si está hecho en galego o català, que si no, habrían hallado pólvora ahí para ametrallarnos desde sus despachos durante unos cuantos meses a base de obviedades y asociaciones varias que nos llevasen a deducir, “molino de viento y panel solar; malos”.
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