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El Mediterráneo, la tumba de los desheredados

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Un grupo de inmigrantes son rescatados por la oenegé Open Arms. Fotografía: Aris Messinis.

Dicen que fueron quince o cien o quinientos, pero mienten. Dijeron quince, cien o quinientos —de los que no sé cuántos eran niños— pero mienten. Eso dicen, dijeron y seguirán diciendo. Pero mienten, reitero. Se cuentan por decenas de miles los seres humanos muertos que alimentan a los peces que luego se comen quienes pueden pagarlo, quienes pueden o podemos pagarlo. Usted también, que me lee ahora.

Y digo que nos engañan porque hay un número estremecedor de inmigrantes muertos por contabilizar, dado que la cantidad de pateras, cayucos, balsas de plástico o cualquier otro elemento flotante que se va al fondo del mar sin que nos enteremos es incalculable. Nunca podremos saberlo; o quizá algunos sí lo saben y no lo dicen; así, sin más, porque no interesa a determinadas personas o instituciones y punto.

Total, aquello que se esconde y nadie se entera no existe. De estas cuestiones saben mucho los diplomáticos y los servicios de inteligencia: o sea, los gobiernos.

Las playas del sur de Europa se han convertido en un averno para los sin nada; pero, a ellos, a los desposeídos, a los sin tierra, a los que han perdido en el tránsito de la vida hasta la dignidad arrebatada por los poderosos a golpe de saqueos, de explotaciones en sus lugares de origen, les da igual: el tártaro del que proceden es aún peor, por eso se arriesgan, por eso cruzan inmensidades abisales de agua sabiendo que pueden perder la vida.

Los yates que navegan mientras sus dueños toman el vermú en pelotas y el sol dora sus cuerpos remendados en lujosas clínicas, cortan con su quilla los cuerpos a la deriva y ni se inmutan. Hasta puede que realicen macabras competiciones para distender el ambiente: ¡Mira, allí hay otro, a ver si puedes partirlo! ¡No ves cómo ladra el perro, coño!

Esto último, que es una metáfora, se aleja poco de la realidad. A los países ricos les importa un bledo el hambre de los otros; mientras ellos puedan seguir esquilmando la materia prima de los países empobrecidos a precios de saldo, pues… qué más da. Que hubieran sido previsores o nacidos en otros países, a ser posible en una familia con dinero. El negocio es el negocio, dicen los anglosajones, y es cierto. Y eso de la ética, verdad, qué tontería. Como si la ética dejara dinero.

¡Qué vergüenza la política de Europa en esta materia! Nadie menciona, exclama, grita, que no hay país en el orbe sin un tiempo en el que sus ciudadanos hayan sido inmigrantes. ¡Qué pantomima la de Naciones Unidas ante la desdichada vida de los sin vida! ¡Qué poca vergüenza! ¡Qué doble moral! ¡Qué ignominia!

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