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Maldicen en arameo algunos representantes de la patronal por el hecho de que tengan muy difícil contratar trabajadores para sus respectivas empresas y culpan de ello a la escasa afición al trabajo de algunos aspirantes a un empleo así como a la circunstancia de que cobran un ingreso mínimo vital, un salario social o alguna de estas paguitas que denuncia la ultraderecha.
El fenómeno comenzó en Estados Unidos y siguió después en varios países, entre ellos, España, y creo que se llama desconexión, porque estoy escribiendo de memoria y me falta corroborar la definición, pero consiste más o menos en que trabajadores de un determinado sector renuncian a sus puestos o a la oferta que se les propone para aceptar un empleo porque el dinero que se les pone sobre la mesa no da para llegar a fin de mes o no cumple sus expectativas. La respuesta a esta disyuntiva empresarial ya la dio una persona que no es considerada precisamente como un rojo recalcitrante, que es el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden: «Pues, pagadles más».
Parece mentira que los representantes y partidarios acérrimos del libre mercado no sepan a estas alturas que esta forma de economía se rige por la ley de la oferta y la demanda y que si los aspirantes a ingresar en nómina no ven satisfechas sus necesidades pecuniarias y de horarios no asumirán de manera dócil las condiciones que les impongan quien les contrate. Prefieren esperar un poco para encontrar una oferta de trabajo mejor mientras permanecen asidos al paraguas protector que les ampara en las leyes de auxilio a los más vulnerables.
Lo de que se les pague más a los contratadores de mercancía barata ni se les ocurre y piensan que una persona tiene que ganar el pan con el sudor de su frente y el salario más bajo que le deje al supuesto emprendedor un beneficio holgado, sin que ello suponga que tenga que abonar más en las nóminas, ni en los seguros sociales y, por supuesto, en los impuestos.
Precisamente el pasado lunes, día que se celebró la fiesta del Primero de Mayo, las organizaciones sindicales exigieron en las tribunas tras la manifestación: mejores salarios, menos horarios y una bajada de las hipotecas para poder llegar sin agobios al último día mes. Las reivindicaciones de las centrales van en la línea de lo que quieren los trabajadores, que no es otra cosa que dejar de percibir una limosna por un trabajo más o menos cualificado.
Sin embargo, la picaresca española, que está presente en todos los ámbitos de la vida y no digamos nada en aquellos que se refieren a la relación entre empresario y trabajador, pretende que los currantes se queden sin red de auxilio para que accedan más fácilmente a las condiciones de trabajo que se les propone. No hay nada más ejemplarizante que las palabras del recalcitrante Antonio Recio, el personaje de “La que se avecina”, cuando le plantea a un posible trabajador que sus condiciones de trabajo son: media jornada, doce horas. Y menos mal que no dice nada de por cuántas va a cotizar…
No es casual que desde los sectores de la ultraderecha se satanice el salario mínimo interprofesional, las pagas para quien no tiene recursos u otras medidas de protección social, ya que son caldo de cultivo para conseguir que el trabajador no comulgue con ofertas de trabajo irrisorias para no morirse de hambre. Y tampoco es casual que cuando a los directivos de la mayor organización empresarial de España se les recuerda que tienen que subir los salarios, contraprogramen con una exigencia de bajada de las cotizaciones o de pagar menos impuestos de sociedades. Parece consecuencia de esta actitud que los explotados digan basta y dimitan de sus aspiraciones de empleo. A ver hasta dónde se llega.
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