
Hubo un tiempo en que era más importante contar un hecho que el hecho en sí mismo. Se trataba de difundir un acontecimiento que tenía más importancia para quien lo contaba que el mismo acontecimiento, sobre todo si se trataba de alguna heroicidad o de una conquista masculina.
Todos recordaréis la anécdota de aquel famoso toreador que en pleno franquismo se acostó con Ava Gardner y una vez culminada su actuación se levantó raudo y veloz de la cama. ¿A dónde vas?, le preguntó la actriz. A contarlo, contestó el interesado, que para algunos era una especie de ídolo de los españoles, cuando para las personas normales sólo era un absoluto gilipollas.
El rey emérito debe de ser de esa casta de contar sus historias. Pero las que le conviene. Y no lo digo por sus proezas sexuales sino por el hecho de que a la vuelta de Londres, cuando llegó a España para “regatear” en Sanxenxo y seguir haciéndole la puñeta a su hijo Felipe VI, mandó a sus periodistas de cabecera propagar a los cuatro vientos la noticia de que había almorzado en privado con el rey Carlos III. Sí, el de Inglaterra.
Muy poco tiempo pasó desde que la milonga fuera desmentida por la Casa Real británica. Rápidamente el monarca británico negó que dicho encuentro hubiera tenido lugar. Y es que Juan Carlos I es un apestado en todo el mundo y la gran mayoría de los jefes de Estado de los países occidentales pasan de él como de la mierda. Eso que Charles es, supuestamente, su primo. Os acordaréis que a su madre Isabel II el Borbón la llamaba tía Lilibeth. Y es que hay familiares muy gorrones a los que no es conveniente dar confianza.