Una crónica sobre periodismo infame

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El 28 de abril, Pablo González cumplió 41 encerrado en la prisión de Radom. Fotografía: RSF.

Coincidiendo con el Día Mundial de la Libertad de Prensa que, como muchos sabéis, se celebra cada 3 de mayo desde 1993, el diario El Mundo cometió la infamia de acusar al periodista vasco Pablo González Yagüe de poner en el disparadero a rusos exiliados con diversas informaciones. Como conocéis, Pablo está preso en Polonia porque el Gobierno ultraderechista de Ley y Justicia le acusa de disponer de un pasaporte ruso y por tanto de espiar para el Kremlin, cuando el hombre, que es descendiente de “niños de la guerra” tiene doble nacionalidad.

La mezquindad del periódico de Unidad Editorial basa su noticia en informaciones interesadas de los servicios secretos polacos y de los círculos cercanos al Batallón Azov, de los neonazis ucranianos, sin que dichas acusaciones hayan sido contrastadas por medios independientes.

Para un profesional de los medios de comunicación es difícil asumir que un periódico actúe como un carcelero para un periodista, en vez de convertirse en ángel de la guarda de sus investigaciones en favor de la libertad de prensa. Pero hoy, la degeneración de algunos negocios editoriales —que prefieren congraciarse con los enemigos de la democracia antes que con la democracia misma— llega a tal extremo de canibalismo que escandalizarían al más flemático de los observadores.

La dirección de El Mundo ha actuado en el caso de Pablo González Yagüe como actuaría un chivato de ETA para que la banda armada le pegase un tiro en la nuca a un opositor o igual que aquellos neutrales de toda la vida que tras la guerra española llamaban a los falangistas para que les dieran matarile a los que suponían desafectos al régimen para luego quedarse con sus propiedades.

No es conocido en ambientes periodísticos el autor de la información, pero puede ser el seudónimo de alguien que legítimamente no quiere que se conozca su nombre, bien porque está arrepentido de su redacción o porque pretende esconderse de su fechoría.

Pablo González Yagüe lleva preso desde febrero del pasado año, es decir 15 meses sin derecho a verse con otras personas ni a recibir visitas y a la espera de que se fije fecha para su juicio. Además todavía desconoce las causas de su verdadera detención y su abogado carece de acceso a los documentos que el espionaje polaco considera cruciales para su condena. Nadie le ha dicho nada, como si estuviera en un zulo, pero el diario cuyo máximo tergiversador se llama Joaquín Manso, que es su director oficial, eso ni lo cuenta.

Poner a Pablo al pie de los caballos para que los defensores de los derechos humanos no se interesen por su estado es otra forma de miserabilidad que El Mundo ha querido hacer el Día Mundial de la Libertad de Prensa, como una contribución a la defensa de los valores de la OTAN. Ciertamente es más honesto Henri Parot que Joaquín Manso.

Os invito a que leáis la información que publica El Mundo el 3 de mayo para que valoréis su certidumbre. Además de insinuar que traicionó a la hija del disidente liberal Borís Nemtsov, el artículo asegura que Pablo González Yagüe ha denunciado a rusos exiliados, pero no da nombres ni consecuencias de esa denuncia, porque admite que “no sabe” a donde enviaba sus chivatazos. La ambigüedad como noticia.

Vivimos en un tiempo en que el periodismo sufre los embates de la impostura de determinados sectores con demasiado poder y pocos escrúpulos. Esta profesión, que siempre se caracterizó por defender a los más vulnerables de los más poderosos, sufre una mutación excesivamente preocupante. Si no intensificamos el periodismo de clase cada vez vamos a recibir más extorsiones del gran capital. Acabo esta información exigiendo la libertad de Pablo González Yagüe y su derecho a llevar a cabo su oficio sin cortapisas.

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