
Me atraen las personas raras, extrañas, apátridas incluso; las personas fuera del canon, de cualquier manada; las alejadas de las consignas de los oráculos, las que tienen criterio propio, las que se duelen, las que se quejan, las que tienen discernimiento, las que andan a su bola y a su onda, las que labran la tierra cada día con el pensamiento o con las manos, las que van a contracorriente.
Me atrae lo singular, lo paradójico, lo extravagante, lo desacostumbrado, lo extraordinario en cualquier ámbito. Para calcomanías estándares ya están la educación al uso o la falta de ella, o los mensajes tendenciosos elaborados en cenáculos con ínfulas de grandeza o que vienen a marcarnos con el sello de la mediocridad más anodina y a veces hasta absurda.
La vida es otra cosa, a mi entender. Es libertad, es fuego, pasión, nostalgia de otro tiempo o pretensión de uno nuevo, según; búsqueda: sueños que pretenden hacerse realidad.
No me gustan los borregos, dicho con todo respeto para tales animales. Y en esta época en que las ideas se elaboran en bancos diseñados exprofeso, prefiero mantenerme al margen, caminar solo, con mis dudas a cuestas, con mis manos anhelantes, con mi locura y con mis rarezas encima. Buscar en cada recoveco, en cada esquina, en cada libro, aquello que hay de excelso, de original, lo que me aporte un algo distinto y diferenciado. Para eso nací. Por eso ando. Hasta que el camino se acabe. Hasta que el horizonte se borre. Hasta que me vaya.