El pasado 19 de mayo, dos niñas de doce años se quitaron la vida en Oviedo; en una de sus etapas más bonitas decidieron que no merecía la pena vivir.
Desde que me enteré de la noticia no he dejado de darle vueltas a la cabeza. Los suicidios se han convertido en la primera causa de muerte entre niños y adolescentes y la sociedad sigue dándole la espalda a la evidencia de nuestro fracaso.
Por un lado, tenemos un sistema educativo que pone en el centro de su ser la competitividad y el individualismo y más que formar personas busca seguir alimentando al sistema con mano de obra dócil, acrítica y superficial.
Este fracaso social es aún más visible en los modelos de ocio. Las calles dejaron de ser un lugar amable donde jugar: molestaban las risas, los saltos, los balones, las combas… todo importunaba. Poco a poco, conseguimos recluir a nuestros menores en casa… y en las plazas, los parques y los patios de colegio desapareció el fastidioso ruido así como otras “molestias”, ahora están tristemente vacíos.
Mientras, ellas y ellos construyen su personalidad pegados a una pantalla cada vez más tiempo, rehuyendo de cualquier otro tipo de contacto social, con todos los peligros que esto entraña. Nuestros niños navegan a diario entre pornografía, casas de apuestas, noticias falsas y basura de todo tipo y no nos hace ni cosquillas. ¿Por qué? Porque como padres y madres también fracasamos cuando no nos paramos, muchas veces por no tener tiempo, eso también es cierto, a hablar con ellos y explicarles que la derrota y las decepciones forman parte de la vida, que hay que cuidar lo colectivo, que la solidaridad y la empatía nos hacen crecer, que ser valiente es ayudar pero también pedir ayuda, que estar triste, en ocasiones, puede ser sano y llorar muy necesario, que el éxito no se mide en todo lo material que puedas acumular sino en la calidad de los afectos que te vayas ganando, que la vida no es fácil, que puede ser muy cabrona pero también muy bonita.
El caso es que la suma de un modelo educativo que no funciona, un modelo productivo que no facilita la conciliación, un modelo de ocio que anula el contacto humano y un modelo social que no cuida ni da importancia a la salud mental arroja un resultado trágico.
Somos una sociedad de consumo que se alimenta de vidas y no hacemos nada para cambiarlo. ¡Qué triste!
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