
Que la gloria es efímera se aprende con los años. Que el dolor es pasajero, también. Pero, pareciera que no quisiéramos enterarnos de que sólo el amor puede salvarnos y a él debemos entregarnos por entero. Y hoy será si nada lo impide, un día de reencuentros, de abrazos, de sonrisas, de ojos que dicen, que hablan. Pretérito hecho presente. Y sinceramente, lo agradezco. Doy gracias a la vida por haber llegado aquí, a este tiempo de cosecha, de vino nuevo macerado en odre viejo, de amistades impagables, de sonidos amigables, de la luz de siempre iluminándolo todo, esa que tanto añoro en Madrid o en mis ganduleos por el mundo.
Ahora me saludan de nuevo el cuco, los gorriatos y también las golondrinas; y el perro que ladra en la distancia, y el níspero que plantó mi madre Juana sigue cargado de frutas, como si me las hubiera guardado para el desayuno de esta alborada.
Y soy feliz en mi casa del Sur, tan feliz como un niño pueda estarlo cuando abre los ojos en grande, asombrado de la magnificencia de la existencia. Porque los colores existen, aunque a veces lo veamos todo en blanco y negro. ¡Salud y paz!